sábado, 31 de octubre de 2015

Resoconto

En 72 horas en Milán hemos aprendido que:
  • Copenhague, en realidad, está en Finlandia.
  • Es materialmente posible cargarse dos pares de pendientes en menos de siete días.
  • Los logros profesionales de una persona se vuelven irrelevantes en el momento en el que esta contrae sífilis.
  • Un luxómetro es el último grito en complementos para asistir a eventos culturales.
  • Jamás se debe asumir que la gente lee lo que coloca en las paredes. De lo contrario es posible toparse con un texto del color equivocado que habla de cosas que no están allí.
  • Si algo resulta polémico, es mejor fingir que no existe. Aunque sea de color rosa chicle.
  • En italiano, la expresión “turno de preguntas” se interpreta como “diserte usted, buen hombre”.
  • No tiene sentido molestarse en cuidar la iluminación de un espacio cuando es mucho más divertido dejar que sus usuarios jueguen a la gallinita ciega.
  • Cenar, comer e incluso beber son actividades altamente sobrevaloradas.
  • Sentarse también. Seamos honestos: en este mundo motorizado, ¿quién necesita pies?
  • Los hoteles de diseño deberían venir con un manual de instrucciones incluido en el precio.
 

Denuncia da parte di privato

Milán, 21 horas del martes 27 de octubre de 2015.

El presente informe ha sido redactado como consecuencia de una denuncia interpuesta por una trabajadora de una institución cultural local cuyo nombre permanece en el anonimato por su propia seguridad.
Los hechos tuvieron lugar en torno a las 20 horas del día de hoy, durante el evento de apertura de la susodicha infraestructura cultural. Las dos acusadas se encontraban en el edificio en calidad de huéspedes. La testigo narra cómo una de ellas (SUJETO A) se encontraba ya ante el objeto de disputa mientras la otra (SUJETO B) se aproximó por su derecha, acompañada por otras personas que también presenciaron los acontecimientos.
El SUJETO B, una vez situada ante el objeto, mostró su satisfacción al comprobar que este no se hallaba protegido por ningún cristal protector, observación que se vio rápidamente corroborada por sus acompañantes. Mientras esto sucedía el SUJETO A se mantenía al margen, si bien la testigo describe que no perdía detalle de la situación.
Según la testigo, tras expresar su alborozo por la ausencia de cristal el SUJETO B alargó lentamente el dedo índice de su mano derecha en dirección al objeto expuesto mientras era jaleada por sus acompañantes. Sin tiempo para que la testigo pudiera reaccionar, el SUJETO B finalmente posó el citado dedo sobre la superficie del objeto, retirándolo inmediatamente y exclamando, entre las carcajadas de sus acompañantes: “¡Dios mío, acabo de tener un orgasmo!”.
La testigo menciona que a continuación los hechos se precipitaron puesto que el SUJETO A, con un veloz movimiento, se situó frente al SUJETO B. Sin mediar palabra, pero con los ojos inyectados en sangre, el SUJETO A liberó una ardilla de su bolso que se lanzó contra el SUJETO B ante el desconcierto general. El citado animal dio varios mordiscos y produjo arañazos de distinta gravedad en el rostro del SUJETO B hasta que uno de los vigilantes de sala consiguió reducirla y devolvérsela a su propietaria, que en palabras de la testigo “no hizo nada por evitar tan desafortunado incidente”.
Tanto el SUJETO A como el SUJETO B han sido trasladadas al cuartelillo de los Carabinieri con el fin de formalizar las respectivas denuncias de las que son objeto y poner en marcha los correspondientes procedimientos judiciales. El SUJETO B está acusada de atentado contra un bien cultural. El SUJETO A se enfrenta a una sanción por tenencia ilícita de roedores.
 

[N.B. Por si alguien se lo está preguntando, lo único ficticio de esta entrada son los últimos dos párrafos].

Overraskelser

Retornar a un lugar en el que has pasado un tiempo es una experiencia extraña y, para mí, completamente nueva. Desde que conozco a mi humana hemos vivido en cuatro países y seis ciudades, pero yo no he vuelto a visitar ninguna de ellas, a excepción de Copenhague. Regresar a Dinamarca fue para mí parecido a intentar recordar un sueño: algo brumoso e impreciso. Reconocía calles o plazas, líneas de autobuses, letreros y hasta palabras (quién lo iba a decir) pero lo hacía desde el extrañamiento en lugar de desde la familiaridad. Hasta cierto punto, era como intentar evocar la vida de otro, una existencia ajena a nosotras.
Paralelamente, en el tiempo que llevo conviviendo con los homo sapiens he tenido oportunidad de observar la complejidad de las relaciones que establecen entre ellos, ya sea compartiendo el mismo apartamento o arrollándose los unos a los otros en las calles de una piscina (preferiblemente rectangular). Desde mi punto de vista de ardilla, ha sido la primera vez que he podido analizar cómo evolucionan las interacciones entre bípedos cuando uno de ellos desaparece del mapa durante unos meses.
El tiempo y la distancia son unos cedazos de extraordinaria eficacia que retienen aquellos núcleos más sólidos mientras permiten el paso de los más frágiles o livianos. Son, sin embargo, tamices de resultados imprevisibles, puesto que la solidez percibida y la solidez real no se corresponden obligatoriamente. Cuando uno trata con humanos siempre hay que dejar margen para las sorpresas. Inesperado fue el modo en el que algunos colegas recibieron a mi ama, dado que parecían alegrarse genuinamente de verla. Por el contrario, me resultó desconcertante constatar que, en ocasiones, compartir rutinas cotidianas durante una temporada no garantiza necesariamente un chai latte de puesta al día. Mi dueña, que está más fogueada en estas lides, me ha explicado que tras cada etapa siempre hay gente que se pierde por el camino. Un día escribiré un artículo científico en el que enuncie debidamente estos fenómenos; creo que los bautizaré como Principio de disparidad valorativa y Ley de inevitabilidad del olvido.
Así pues, y precisamente porque nunca hay que dar nada por sentado con estos simios sin pelo, es por lo que opino que hay algo de mágico (y conmovedor) en el hecho de que una persona se moleste en ir a recogernos al aeropuerto para que no estemos solas en una escala de ocho horas, o en que un amigo que ha pasado la noche sin dormir mientras regresaba de otro país se detenga en su casa el tiempo justo de darse una ducha porque no puede permitir que nos marchemos sin dar antes un paseo con nosotras. Que alguien se alegre de que a las tres sean las dos porque atrasar los relojes implica ganar una hora contigo, que te pregunten si has vuelto para quedarte o pretendan secuestrarte para que no te vayas, o simplemente que te topes con leche sin lactosa en la nevera para desayunar hacen que valgan la pena todos los aviones y todos los quilómetros.
Quizás, en definitiva, la sorpresa más grande de todas haya sido marcharnos con la sospecha de que esta historia todavía no ha terminado. Dinamarca tal vez nos deteste, pero algunos de sus habitantes se merecen que se le plante cara ocasionalmente.

To be continued…

Tyveri

Hace unos meses analizamos las consecuencias de la aplicación del dicho “Para todo hay una primera vez” en el contexto de los alojamientos daneses. A juzgar por los acontecimientos del sábado pasado, diría que ha quedado patente que Dinamarca se ha erigido en paladín de las experiencias inéditas en lo que concierne a mi ama.
Pero empecemos por el principio: ¿qué hacíamos mi dueña y yo en Copenhague la semana pasada, especialmente en unas fechas en las que yo debería estar preparándome para mi hibernación anual? Pues principalmente intentar matar de un síncope al pobre bípedo ante cuya puerta nos presentamos de improviso el miércoles a golpe de las once de la noche. Toparse de pronto con la jeta de mi simia puede ser una vivencia terrorífica. Doy fe de ello, que veo con qué cara se levanta cada mañana.
El caso es que una vez superada la sorpresa inicial, y tras una agenda de lo más apretada en los días siguientes, el sábado por la noche me hallé de improviso yendo a cenar con mi ama, el citado bípedo y otras dos humanas más. Por una vez, y dado que todos los amigos de mi dueña me conocen, se me permitió participar del ágape sobre la mesa como uno más.
La velada transcurrió de modo festivo hasta el momento del pago. Al girarse para coger la cartera de su bolso, que pendía del extremo de la silla que ocupaba, mi ama se percató de que este estaba abierto. La cartera no estaba. Primero la invadió la incredulidad. Quizás no había mirado bien. A continuación un escalofrío le recorrió la espalda. ¡En la cartera estaban todos sus documentos!
Antes de que cundiera el pánico el amigo de mi ama encontró la cartera tirada en el suelo, bajo la silla. Mi humana respiró hondo. Se le debía de haber caído del bolso sin darse cuenta. Raro, pero plausible. La abrió. El DNI seguía en su interior. Las tarjetas de crédito también. Entonces le llamó la atención que una cremallera que siempre lleva cerrada estuviese abierta. Miró mejor. Todo su dinero se había evaporado. Solamente le quedaban 4€ en monedas.
Pese a que la cosa podría haber sido más grave (sin documentos no habríamos podido proseguir nuestro viaje al día siguiente), la fiesta se aguó un poco y mi dueña no pudo menos que sentirse frustrada y enfadada consigo misma durante el resto de la noche y buena parte del domingo. Por una vez que baja la guardia y prescinde de su ardilla defensiva, resulta que se convierte en objeto del robo más clásico del mundo.
Así pues, en efecto, Dinamarca es un flamante adalid de las primeras veces en diversas experiencias. Lo que ya se escapa completamente a mi comprensión es por qué bellotas nos tiene tanta manía.