O la tragicomedia de Quelisto y Melapela.
ACTO I
(Interior. Noche.
Luces tenues. Música dinámica a todo volumen. MELAPELA y su amiga LAROACIA bailan
completamente entregadas. QUELISTO y su criado SIMPREMIO las observan y cuchichean
entre ellos).
SIMPREMIO (acercándose
a MELAPELA): Señora, ¿puedo presentaros a mi señor Quelisto? Es aquel
mancebo con el jubón corto que luce en campo de sinople una cabeza de quimera
Heidiana.
MELAPELA (titubeando, claramente desinteresada): Eh… pues…
bueno.
(SIMPREMIO hace un
gesto con la mano a QUELISTO, que se acerca y sin mayores ceremonias planta
sendos besos en cada mejilla de MELAPELA. SIMPREMIO se acerca a hablar con
LAROACIA, convertida en daño colateral de las malas decisiones de su amiga).
QUELISTO: ¿Cuál es vuestro nombre, gentil doncella?
MELAPELA: Mi nombre es Melapela, ¿y el vuestro, señor?
QUELISTO: Es un placer conoceros. Yo me hago llamar
Quelisto. ¿Vivís en la Villa?
MELAPELA: Sí, señor, desde hace menos de un mes.
QUELISTO: ¡Ah! ¡Una recién llegada! ¿Os halláis aquí por
trabajo o como un complemento a vuestra formación?
MELAPELA: Mi formación hace ya tiempo que concluyó: he
venido a ganarme el pan. ¿Y vos?
QUELISTO: Me vais a odiar… (MELAPELA lo observa inquisitivamente con mal disimulado escepticismo –
no se puede odiar aquello que no importa).Trabajo en un taller que
proporciona velas y palmatorias a toda la Villa, aunque yo no soy el
responsable del suministro.
(MELAPELA responde con
una sonrisa forzada y guarda silencio. QUELISTO la mira con una sonrisa de
besugo directamente vinculada con el vaso de ambrosía que aún sostiene en su
mano izquierda).
QUELISTO: ¿Y de dónde procedéis entonces?
MELAPELA: De los Reinos Galaicos.
QUELISTO (imitando
forzadamente el supuesto acento de los nativos de los Reinos Galaicos):
¡Oh, una galaica! Nunca he estado por vuestro feudo pero ha llegado a mis oídos
la extraordinaria calidad de vuestras viandas. (MELAPELA asiente cordialmente).
QUELISTO (sin dejar de
imitar el supuesto acento galaico): ¿Entonces vos habláis la lengua esa que
se emplea en los Reinos Galaicos?
MELAPELA: Sí, por supuesto, soy bilingüe (MELAPELA traduce en sus facciones sus
pensamientos: para ser verdaderamente precisa tiene cierta tendencia diglósica,
pero dada la hora y el nivel de embriaguez de su interlocutor opta por
abstenerse de cualquier consideración sociolingüística).
QUELISTO: ¿Por qué no me habláis un poco en ella?
(MELAPELA pone
brevemente los ojos en blanco y comienza a sentirse como un mono de feria).
MELAPELA: ¿E que queres que che diga?
QUELISTO (que no ha
comprendido o escuchado su respuesta, ya sea a causa de la ambrosía o del ruido):
¿Entonces vos sois capaz de escribir también en galaico? ¿Sin faltas
ortográficas?
MELAPELA: Claro, el galaico se estudia en la escuela. De
hecho algunas materias del trívium y del quadrivium se imparten también en
galaico.
QUELISTO: ¿Y no habéis pensado quizás que siendo bilingüe
podríais emplear las flores de vuestro intelecto en el aprendizaje de otras
lenguas más útiles, como por ejemplo el sajón?
(MELAPELA está llegando
al borde de la exasperación, pero vuelve a sonreír artificial y educadamente).
MELAPELA: ¿Acaso me habéis preguntado si conozco otras
lenguas?
QUELISTO (con la misma
sonrisa idiotizada de antes): No.
MELAPELA: Ya. Veréis, domino el castellano, el galaico, el
sajón, el franco, el ítalo y un poco del sarraceno, por no mencionar vagas
nociones de latín, sánscrito y mímica.
QUELISTO:
So do you speak Saxon?
MELAPELA:
Aye that I do.
QUELISTO: E dove
ha imparato la lingua volgare?
MELAPELA: Nel Regno d’Italia. Ho soggiornato lì per qualche
mese.
QUELISTO: Davvero? Anch’io. Dove?
MELAPELA: A Perusia, a Fiorenza e a Venessia.
QUELISTO: Anch’io
ho soggiornato a Perusia! Todas las doncellas de los reinos hispanos con
las que coincidí en la hermosa Perusia caían siempre rendidas a los pies de los
galanes ítalos.
(MELAPELA se encoge de
hombros. De pronto, QUELISTO se aproxima a ella e intenta besarla. MELAPELA se
escabulle maravillándose del poco juicio de QUELISTO, quien parece no haber
percibido su irritación).
MELAPELA: No vais a conseguir vuestro propósito, señor.
QUELISTO: ¿Por qué no?
MELAPELA (claramente
incómoda y debatiéndose entre ser brutalmente honesta o intentar salvar la
situación cordialmente): No soy doncella que se amancebe en una noche.
QUELISTO: Hay más noches.
(MELAPELA se pone por
un momento en la situación de que las noches se sucediesen y un escalofrío de
horror le recorre la espalda. La conversación necesita un giro brusco, y lo
necesita ya).
SIMPREMIO (A LAROACIA):
La cosa no pinta bien. (LAROACIA asiente,
dándole la razón).
(El volumen de la
música sube mientras MELAPELA y QUELISTO siguen hablando durante unos
minutos. Al cabo de ese tiempo el volumen desciende y podemos escucharlos
nuevamente).
QUELISTO: Tenéis que perdonarme, pero no estoy siguiendo
vuestras palabras. Desde que me dijisteis que no iba a conseguir mis propósitos
me está costando mucho más centrarme en la conversación.
MELAPELA (disimulando
las ganas que se le están acumulando de darle un sopapo): No os preocupéis.
No os sintáis obligado a permanecer aquí si deseáis volver con vuestros
camaradas.
(QUELISTO sigue
observándola con la misma expresión idiotizada, para frustración de MELAPELA,
quien tenía la esperanza de que aceptase su invitación a regresar con sus
contertulios).
LAROACIA: (Aparte)
Melapela, no sé si necesitas que te rescaten pero yo estoy agotada.
MELAPELA: (Aparte)
¡Sí, sí, vámonos a casa! (A QUELISTO):
Buenas noches, señor.
QUELISTO: Esperad, ¿me daréis vuestras señas para que pueda
escribiros?
MELAPELA: Tomad (le
tiende un papel con unos garabatos).
QUELISTO: ¿Son vuestras señas falsas o las verdaderas?
(MELAPELA considera
que semejante pregunta no se merece una respuesta y sale de escena, seguida de
LAROACIA).