Por si alguien pensaba que tras mudarnos al apartamento sin
cocina ni plato de ducha nuestras aventuras inmobiliarias se habían apaciguado
por una temporada, debo advertirle que se ha equivocado de medio a medio. Diría
que más bien ha sido lo contrario.
Rebobinemos:
Cuando nos mudamos al piso anteriormente descrito, sabíamos
que podíamos permanecer en él solamente hasta finales de febrero puesto que
nuestra estancia terminaba el 28 de ese mes. Sin embargo, a menos de una quincena
para cumplirse el término de la estancia, los planes cambiaron: nos quedábamos
todo marzo. Y eso, por supuesto, volvía a generar un problema de alojamiento.
Se negoció la posibilidad de seguir en este piso, pero solamente
resultaba factible quedarse hasta el día 6 y después del 16 de marzo hasta el
31, dado que en esos diez días intermedios la casa ya estaba comprometida para
otros ocupantes. Sea. Mi dueña, por suerte para nosotras, recibió la generosa
oferta por parte de una amiga de quedarse una semana en su casa, de la cual
cuatro días los pasaríamos en cualquier caso fuera del país por motivos
laborales.
Así pues, ni cortas ni perezosas, entre el 5 y el 6 movimos
todas nuestras cosas por Copenhague adelante. Ese fue el día en el que mi ama
se sintió la peor persona del mundo por ocupar con sus bártulos el espacio
reservado para los cochecitos de bebé, lo que obligó a una frustrada madre a
bajarse del autobús porque no había espacio suficiente para su carro y nuestras
Samsonites.
El 7, tal y como estaba previsto, cogimos una maleta de mano
y pusimos rumbo a Londres durante cuatro días. Esto también explica mi silencio
durante parte del mes, no todo es culpa de la acaparadora de mi humana.
A nuestro regreso, el día 10, nos encontramos con un correo
electrónico con novedades: los supuestos ocupantes del apartamento habían
llegado, lo habían visto y habían decidido que no les gustaba, así que la casa
volvía a estar libre si la queríamos. Esta vez, sin embargo, ya no podíamos
quedarnos hasta el 31 sino hasta el 27 por la mañana, dado que a la semana
siguiente eran las vacaciones de Pascua y la señora de la limpieza tenía que
dejarlo todo listo antes de marcharse.
Por lo tanto, el 10 volvimos a recoger la llave, fuimos a
por nuestras pertenencias y las trajimos una vez más, en un par de viajes de
autobús, hasta el mismo punto de partida. Al final de esa jornada mi ama no
tenía espalda y debo decir, con hondo pesar, que las ardillas no estamos nada
bien dotadas para dar masajes de hombros y cuello.
Hoy hemos vuelto a mudar casi todo al piso de la amiga de mi
ama, que tiene más paciencia que el santo Chop. Mañana llevaremos lo que queda
y a última hora devolveremos la llave, esta vez definitivamente. Nos alojaremos
con esta amable bípeda hasta que termine marzo, fecha en la que volveremos a
casa.
Podría pensarse que con esta cuarta mudanza liquidamos el
asunto, ¿verdad?
¡Error otra vez!
El lunes volvemos a mudarnos.
¿A dónde? ¿Por qué?
Resulta que el plan original ha vuelto a sufrir
modificaciones, y ahora permaneceremos en Dinamarca hasta finales de junio. Lo
bueno es que, si las cosas salen bien, no tendremos que volver a movernos en
esos tres meses porque mi dueña se ha hartado de tanta ida y venida y se ha
buscado una habitación en la que poder quedarse durante noventa días
ininterrumpidos. Esa será la mudanza que nos toque el lunes, si bien no
podremos tomar posesión de nuestro nuevo hogar hasta que regresemos a
Copenhague tras las vacaciones.
Por si cinco mudanzas en tres meses pudieran antojarse
asuntos de poca importancia, a lo León Felipe, permítaseme recordar que el
apartamento en el que hemos pasado la mayor parte de estos dos meses no tiene
lavadora. Eso implica que aproximadamente cada semana y media mi dueña se ha
dedicado a meter su ropa sucia en una maleta de mano y a arrastrarla por la
ciudad. Objetivo: lavarla en casas de amigos con secadoras. Sin ellos y sin su ayuda
estos tres meses habrían sido bastante menos divertidos y considerablemente más
penosos, así que tengo que agradecerles que no hayan permitido que mi dueña
fuese hecha una zarrapastrosa por Dinamarca adelante ni haya tenido que dormir
bajo ningún puente. Y eso que aquí, como en Venecia, hay unos cuantos.