sábado, 6 de abril de 2013

Aste Santua

A estas alturas todos sabemos que los humanos tienen un punto lunático que en ocasiones los hace entrañables y la mayoría de las veces simplemente irritantes. Pues bien, la semana pasada también descubrí que su demencia puede provocar otra emoción distinta: terror.

Empecé a sospechar que los bípedos tramaban algo un viernes noche. Comencé a escuchar un tamborileo y una música ligeramente estridente, y por un momento pensé que íbamos a jugar al escondite con Santa Águeda otra vez, pero no. Media plaza estaba invadida por unos seres vestidos con unas túnicas largas hasta los pies y unas capuchas puntiagudas ocultándoles el rostro. Algunos incluso iban descalzos. Eran demasiado altos para ser gnomos, y sus sábanas estaban demasiado limpias para ser fantasmas, así que deduje que eran bípedos disfrazados.

Si la cosa hubiera quedado ahí no me habría inquietado. En Bilbao son muy dados al camuflaje. El caso es que unos días más tarde me volví a topar cerca del Ayuntamiento con otra pandilla de encapuchados, aunque ahora vestidos de un color distinto y tirando afanosamente de un carro con figuritas encima. Eso ya me pareció bastante más raro, especialmente porque no parecían transportar una mercancía con un destino determinado sino más bien pasearse con ella al hombro.

El misterio de los carros no se aclaró hasta unos días después, cuando mi ama y yo nos fuimos de excursión a otra ciudad distinta. En su plaza mayor había un montón de ellos expuestos al público y pude pararme a observarlos con más calma. Ojalá no lo hubiera hecho. Estaban cargados de esculturas de bípedos padeciendo toda clase de torturas: a uno lo azotaban maniatado a una columna, o otra le clavaban puñales en el pecho, otra lloraba desconsoladamente y para rematar ¡hasta había uno claveteado a una cruz!


Reconozco que no soy la mayor defensora de los simios sin pelo, pero incluso yo, con mi poca simpatía y tolerancia con sus rarezas, sufriría contemplando un espectáculo como ese. ¡Y ni siquiera pertenecen a mi misma especie! Cómo pueden los humanos reunirse para ver desfilar estas exhibiciones de dolor físico es algo que se escapa totalmente a mi comprensión.

Pero lo que verdaderamente me tiene aterrorizada es que me ha dado por pensar que si los bípedos son capaces de hacerle esto a sus congéneres y contemplarlo sin inmutarse, ¿qué no le harán a un ser que no sea de los suyos?

¿No sería más correcto referirse a las animaladas como humanadas?