Los minidaneses son unas criaturitas fascinantes. Dinamarca
está plagada de ellos, o al menos eso es lo que parece porque, a pesar de que
la tasa de fertilidad del país no sea muy alta, allá donde vayas todo está
adaptado y pensado para que ellos puedan integrarse en casi todas las
actividades desarrolladas por sus padres. En las cafeterías es frecuente que
haya una mesa con juguetes, o una esquinita reservada para sus correrías; en
los autobuses hay una zona especialmente reservada para sillas de ruedas y
cochecitos, que tienen preferencia sobre las bípedas con varias maletas, una
mochila y dos bolsas de plástico (pero esto lo dejo para el próximo post), y en
las piscinas hay parques, cambiadores y sillas disponibles para llevar a tu
bebé hasta la orilla de la piscina reservada para ellos. Decididamente son
buenos tiempos para ser mini simio en Dinamarca.
La educación danesa, además, tiene algo que me llama
poderosamente la atención por contraste con lo que he observado en otros países
en los que he cuidado de mi ama: no hay gritos. Evidentemente los bipeditos se
cansan, se ponen de mal humor y protestan. Como es lógico, cuando son muy
chiquitines berrean lo mismo que cualquier humano del planeta. Lo llamativo es
que sus padres o guardianes nunca levantan la voz. No pierden la calma. O, si
lo hacen, yo no he detectado que lo exterioricen a base de chillidos. Se ponen
serios, les llaman al orden y les explican lo que no deben hacer, pero sin
agresividad. Como ardilla completamente ignorante en materia de pedagogía debo
decir que es una técnica que me tiene muy favorablemente impresionada.
Por otro lado, he observado que los progenitores daneses
suelen ser bastante permisivos a la hora de supervisar la exploración de sus
pequeños. Como es de suponer, los mantienen siempre a la vista, pero si el
renacuajo en cuestión se aleja un poco por su cuenta no salen corriendo detrás
de él por miedo a que le suceda algo. Esto también me desconcertó un poco las
primeras veces, acostumbrada como estaba a toparme con humanos escoltando
permanentemente a sus retoños.
Ahora bien, las costumbres educativas danesas también tienen
su dosis de originalidad. Por ejemplo, es habitual que los humanos dejen a sus
crías de pocos meses durmiendo en el cochecito, en plena calle, mientras ellos
toman algo o comen en el interior de un establecimiento. Por norma general
suelen dejarlo pegado al cristal junto a la mesa en la que se sientan, de modo
que no es que se desentiendan del lactante en cuestión, pero desde luego se me
antoja una peculiaridad impactante. Si esto sucediera en mitad del verano puede
que me sorprendiera menos, pese a que me seguiría llamando la atención que
dejasen al niño solo, pero es que se practica especialmente en invierno, aunque
afuera estemos a cero grados. Es más, se supone que esto se hace para fortalecer
a esa personita de cara al futuro y lo raro y censurable, en este país, es no
dejar al bebé ventilándose mientras uno se toma un café. Será gracias a eso que
después una se topa con danesas en minifalda y zapatitos de tacón caminando
como si nada cuando mi ama lleva tres capas, calcetines térmicos, botas de
nieve y un abrigo que prácticamente la dobla en volumen.
O eso, o la Sirenita de Eriksen,-a su vez inspirada por la
de Andersen-, está basada en hechos reales: ¿tendrán las danesas escamas bajo la
piel?