sábado, 21 de mayo de 2016

Vertixe

“Would you tell me, please, which way I ought to go from here?'
'That depends a good deal on where you want to get to,' said the Cat.
'I don't much care where -' said Alice.
'Then it doesn't matter which way you go,' said the Cat.
'- so long as I get SOMEWHERE,' Alice added as an explanation.
'Oh, you're sure to do that,' said the Cat, 'if you only walk long enough.”

Lewis Carrol, Alice’s Adventures in Wonderland.

Choices. Scelte. Decisiones.

De ellas depende el sonido de la llave en tu próxima cerradura, tu siguiente código postal, la marca de la leche en tu nevera, los adaptadores de enchufes, el idioma que usarás para pedir un té (avec du citron, s’il vous plaît Tusind tak, perdón, graciñas) y la moneda con la que lo pagarás.

Ellas definen el peso y el número de maletas y cajas –si las hubiera o hubiese–, condicionan en qué piscina nadarás pasado mañana y dictan la fuerza con la que abrazarás a quienes dejes atrás –si llegas a irte. Salvo que no son ellas quienes definen, condicionan o dictan, sino tú.

Las decisiones severas cursan con síntomas febriles: causan escalofríos, sequedad bucal, taquicardia e incluso (a veces) dolores de cabeza. En el prospecto pone que también pueden provocar vértigo. De pronto suena el móvil, o recibes un correo electrónico, o te subes a un tren (o todo al mismo tiempo) y te das cuenta de que no tienes más alternativa que optar. La ubicuidad no existe. You can’t have everything te repetía a menudo alguien que, finalmente, decidió no elegirte a ti. Ahora tampoco puedes tenerlo todo.

Intentas ganar tiempo. Necesitas racionalizar y analizar, o sea, engañarte un rato convenciéndote que eres capaz de controlar todas las variables. Las preguntas del test tienen una única solución, ¿verdad, profe? Seguro que si lo pienso un poco lo saco. Eres consciente de que cada respuesta afirmativa implica también un montón de negativas tácitas y las áreas grises siempre te han dado miedo. Decidir hacia adelante sería mucho más sencillo si lograses eliminar de la ecuación todo lo que no estás eligiendo. Las opciones son unos malditos animales gregarios y tú eres una malabarista desastrosa cuando se trata de descartar mazas.

El teléfono vuelve a sonar. El correo necesita una contestación. El tren no se detiene. No puedes seguir escondiéndote. Del otro lado del Whastapp vibran los consejos de quienes escriben con dedos menos temblorosos que los tuyos. No estás segura de lo que vas a hacer, pero cómo podrías estarlo si las únicas bolas ocho que has comprado en tu vida han sido regalos (aunque, en realidad, bastaría con que alguien te abrazase y te dijese que todo va a salir bien; lástima que en este vagón no te conozca nadie). Temes equivocarte pese a que objetivamente sepas que, dado que nunca sabrás cómo habrían salido las cosas si hubieses elegido la otra puerta, jamás tendrás información suficiente como para definir esta encrucijada como acierto o fracaso.

Finalmente devuelves la llamada. Tu interlocutora electrónica por fin recibe una respuesta. La cobertura oscila entre embalses y montañas mientras el paisaje se va volviendo verde y tú piensas en lo bonita que es tu esquina del mundo. Al menos puedes disfrutar de ella unos días más. El alma se te encoge un poco. Intentas respirar hondo pero es demasiado pronto para eso: la semana todavía no ha terminado y aún quedan decisiones por tomar. Como Alicia, tú tampoco encuentras tu camino porque no tienes claro cómo conciliar los dos destinos, aparentemente divergentes, a los que te gustaría llegar. Lo sé, ojalá todo(s) aquello(s) (a los) que adoras en tu entorno fuese(n) igual de fácil(es) de transportar que esta ardilla que te psicoanaliza. 

Siamo spiacenti, the show must go on.