viernes, 16 de noviembre de 2012

Ordinary Life

Comparada con las anteriores, esta semana ha sido sospechosamente tranquila. No se ha producido ningún cataclismo climatológico: no ha habido ni ventiscas, ni huracanes, ni lluvias monzónicas. Resumiendo, un aburrimiento. Tanto, que los acontecimientos más emocionantes han sido, por este orden:

-         ¡¡Comer castañas!! Nunca me imaginé que serían tan difíciles de encontrar, así que llevo toda la semana extática. Diría que mi ama está incluso más contenta que yo. Señores, si quieren hacer feliz a mi humana no malgasten su dinero ni en flores ni en bombones: regálenle directamente un cucurucho de castañas. A veces no tengo muy claro cuál de las dos es el roedor.

-         Aprender a patinar sobre hielo. El lunes mi ama me llevó a este lugar, se calzó unos zapatos muy extraños y se unió a una miríada de bípedos que se desplazaban dentro de un recinto acotado y resbaladizo. Al principio no entendí muy bien el objetivo de pasarse horas dando vueltas para no llegar a ninguna parte, pero en cuanto descubrí que podía utilizar mis garras como cuchillas empecé a verle el lado divertido al asunto. Lo peor fue conseguir que no me pisasen varios energúmenos; casi me quedo sin cola en un par de ocasiones.

-         Escuchar Michael Jackson en clave de jazz. No sé si ya he mencionado que mi humana comparte su madriguera con un bípedo músico. ¿No? ¡Imperdonable despiste! Ambas estamos encantadas de que nuestro piso venga con banda sonora incorporada; ella, porque puede ir a conciertos gratis, y yo porque cuando él ensaya mi ama no canturrea. El caso es que el martes su compañero actuaba en un local en Broadway, chiquitín e iluminado con velas. El ambiente perfecto para que una ardilla pase desapercibida. Últimamente hasta estoy aprendiendo a aplaudir y todo.
 
-         Probar bebidas exóticas. Exóticas para una ardilla, entendámonos, lo que básicamente quiere decir cualquier cosa que no sea agua. O resina.
El sábado pasado comimos en un mercado al aire libre de Brooklyn. Entre sus múltiples puestecitos descubrimos a un señor ataviado con un mandil blanco y una gorra de colores en un carromato rústico que vendía sidra dulce. Primero la trasegaba de un inmenso tonel a alguna de las tres teteras que tenía al fuego, y acto seguido te daba a probar un sorbo para que comprobases su temperatura. En función de lo caliente que la notases ajustaba el elixir con el resto de las demás teteras. Por último te preguntaba si querías arándanos flotando en tu vaso. Cola demencial, paisano pintoresco y una de las cosas más ricas que he probado en este viaje.  


Imagen perteneciente a http://msappleorchard.tumblr.com/ y sacada el mismo día en que visitamos el mercado. De hecho, en esta y en otra de las fotos del post sale mi ama; a ver si alguien la encuentra…

Ese mismo día probé otra bebida con nombre de estornudo: chai. Mi dueña y otra bípeda entraron en un café para calentarse después de atravesar a pie el puente de Williamsburg, y a mi ama le faltó tiempo para pedirse uno en cuanto lo vio anunciado en la pizarra. El brebaje en cuestión es un té coqueto al que le gustaría ser café, y por eso se disfraza con un abrigo de espuma como si fuera un cappuccino y se maquilla con canela. He de decir, sin embargo, que por una vez le doy la razón a mi humana: la vida es mejor con un chai latte.

Por lo demás, mi bípeda ha tenido una semana igualmente apacible dedicándose a sus quehaceres habituales: disfrutar de la ironía de recibir la oferta de un plan de pensiones de una empresa para la que va a trabajar solamente tres meses, intentar hacerme morir intoxicada por las emanaciones de un desinfectante de madera u ofrecerse a participar en una nueva parodia de Gangnam Style que pronto estará en Youtube.

Como novedad esta noche llega la madre de mi dueña, así que durante la próxima semana es muy posible que no dé señales de vida porque estaré ocupada siendo una buena anfitriona. Regla número uno para sobrevivir entre humanos: siempre hay que tener contentos a los bípedos que te alimentan.

Regla número dos: no permitir que se enteren de que estás aquí solamente por la comida.