jueves, 8 de noviembre de 2012

Winter Is Coming...

Hoy he vivido una nueva experiencia en mi plácida existencia de ardilla.

Esta mañana decidí acompañar a mi dueña al trabajo para despedirme de uno de sus amigos humanos, así que me esperaba una jornada tranquila (y un poco aburrida) espiando a los bípedos desde mi escondrijo habitual. Afortunadamente me equivocaba.

A la hora de comer mi ama bajó a la calle y nada más atravesar la puerta giratoria me di cuenta de que no era un día como los demás. Para empezar hacía bastante más frío que en las últimas semanas, algo que mi dueña no deja de recordarme porque no para de quejarse. No entiendo por qué las humanas están tan obsesionadas con eliminar cualquier rastro de vello corporal si luego se congelan en cuanto sopla un poco de viento. ¡Que aprendan de mí! Seré peluda, pero al menos paso los inviernos calentita.

El caso es que además de frío había unas cosas extrañas cayendo del cielo. Desde lejos parecía lluvia, pero enseguida me fijé en que caían más despacio, como si flotasen, y que no eran gotas, aunque mojaban. ¡Jamás había visto una cosa así! Esas cosas blancas se fueron posando poquito a poco sobre la calle y sobre los coches aparcados, y cuando salimos de la oficina la ciudad estaba cubierta por un manto frío y resbaladizo. Mi ama me notó tan excitada dentro del bolso que me dio un par de palmaditas para que me estuviese quieta; temía que si la desequilibraba terminásemos las dos rodando por el suelo. La escuché decir que aquella sustancia se llamaba nieve.

Luciendo las capas
cebollinas de mi dueña
Ahora bien, para quien no la conozca todavía, mi dueña es lo que en este país se conoce vulgarmente como drama queen. Salvo que ella más que reina debería ser directamente emperatriz. En otras palabras, mientras otros bípedos se regocijaban ante la primera nevada de la temporada, mi ama me arrastró precipitadamente Manhattan abajo para hacer acopio de ropa de abrigo. Al cabo de hora y media volvimos a casa con dos pares de guantes (me pregunto si pretenderá ponérselos uno encima del otro), calcetines, leggings, una bufanda que le da dos vueltas y unas botas dignas de un esquimal. Porque para qué conformarse con unas katiuskas cuando una puede comprarse un calzado que resiste hasta menos 25ºC. Las cosas o se hacen bien o no se hacen.

Lo dicho, emperatriz.

A partir de este momento ya puede hacer todo el frío que quiera, que mi dueña va a ir por el mundo dando la impresión de haber sido engullida por el muñeco de Michelín.

Por mi parte, solamente puedo decir: