jueves, 14 de febrero de 2013

Istorioa

Érase una vez un paraguas. Era pequeñito, oscuro y ligero como una golondrina pero flexible y resistente como un junco. Este paraguas vivía en una ciudad en la que la lluvia funcionaba como lubricante de los engranajes de piedra sobre los que resbalaba, de manera que su presencia era tan constante como necesaria. El paraguas trabajaba a destajo, de nube a nube, con una mansedumbre tan resignada que apenas si se atrevía a darse la vuelta cuando el viento soplaba con demasiada fuerza.

Este paraguas tenía un dueño. Pertenecía a un señor barbudo con gabardina, sombrero y reloj con leontina. Al señor le gustaba coleccionar libros, hacer crucigramas y pasearse con su paraguas prendido del bolsillo derecho de la gabardina. Además este señor era, casualmente, el padre de Caperucita Roja, pero no sale en el cuento porque coincidió que el día en que su hija pasó a la posteridad él estaba tomándose un café y resolviendo un sudoku. En esos ratos el paraguas se echaba una siestecita mientras pendía boca abajo del bolsillo de la gabardina como una zarigüeya.

En sus momentos de asueto, el paraguas soñaba en secreto. Se trataba de un sueño modesto y tímido, de los que uno apenas alcanza a articular en voz alta, así que cuando nadie lo miraba el paraguas lo sacaba de entre sus pliegues, lo secaba, lo abrillantaba un poquito y lo volvía a guardar antes de que se le escapase.

Un buen día, el paraguas pequeñito, el señor barbudo y su familia - menos la abuelita, que se había quedado en casa al amor de la lumbre - se fueron de viaje a otra ciudad en la que también llovía continuamente. De hecho, la lluvia era tan líquida y tan húmeda que al paraguas le costó darse cuenta de que había cambiado de escenario porque el cielo seguía siendo igual de gris, el viento igual de frío y el señor barbudo permanecía debajo de él.  

Aquella mañana, más concretamente, se encontraban en el andén de una estación decidiendo su próximo destino. El paraguas percibió el titubeo en la voz del señor barbudo. Tenían dos opciones: el primer tren los llevaría a una parada cualquiera, igual que todas las precedentes y probablemente igual que todas las posteriores. El segundo, en cambio, los llevaría a la orilla del mar.

Mientras las luces de la locomotora comenzaban a perfilarse en la distancia, el paraguas pensó que aquella era su oportunidad. Toda su vida había visto caer agua del cielo. Sin embargo, había oído hablar de que existían lugares en los que el agua no se precipitaba, sino que se deslizaba en horizontal al son de una misteriosa música que nadie era capaz de escuchar. Pensó que, por una vez, sería bonito disfrutar del sol sin tener que preocuparse de que una gota malintencionada salpicase a su propietario.

Dos paradas más tarde, el señor barbudo se percató súbitamente de que se sentía más ligero de lo habitual. Desconcertado, palpó el lateral de su gabardina y descubrió con estupor que su bolsillo derecho era simplemente un bolsillo en lugar de una percha. ¡Su paraguas no estaba! Con un repentino escalofrío de terror hizo ademán de apearse, pero el convoy ya estaba en movimiento y tuvo que aguardar hasta la siguiente estación.

En un vano intento por recuperar su posesión perdida, el señor barbudo, su esposa y Caperucita emprendieron el retorno al punto de partida. En su camino a la primera parada se cruzaron con otro tren en dirección contraria a la suya - aquel que habían decidido no tomar -, sin percatarse de que en su interior viajaba un pequeño paraguas que ocultaba una inmensa vocación de sombrilla. Su dueño nunca supo más de él.

Así pues, érase una vez una sombrilla. Era chiquitina y liviana, y las demás sombrillas se metían con ella porque su tono oscuro retenía el calor del sol en lugar de repelerlo. Esta sombrilla, sin embargo, vivía en una playa del norte, donde el verano no es tan caluroso al fin y al cabo. Cuando llovía, todas las sombrillas se cerraban y salían corriendo. Todas menos una, impermeable y distinta a las demás, que permanecía observando las olas y balanceándose en la brisa.

[Basado en una historia real].