miércoles, 6 de febrero de 2013

Zoriona ta bakea

El lunes mi dueña pasó rápidamente por casa al salir de trabajar, me metió en su bolso y me secuestró sin darme más explicaciones. Hacía un día horrible, frío y lluvioso, y yo no recibí de muy buena gana que me sacasen del calorcito de la madriguera que me he montado entre los cojines de la cama.

Caminamos un ratito bajo el paraguas, temiendo a cada momento que el bolso de mi ama comenzase a calar y yo terminase convertida en una nutria en vez de en una ardilla. En la Plaza Nueva por fin se desveló el misterio: ¡íbamos a jugar al escondite!

Nuestro equipo estaba compuesto por un total de cinco bípedos y un roedor. El juego consistía en recorrer el casco viejo sin un rumbo determinado, a la caza de otros grupos de humanos que también patrullaban las calles. Cuando dabas con otro equipo, este se detenía y se ponía a cantar. La canción era casi siempre la misma, aunque con variaciones, y estaba en esa lengua tan peculiar que usan por aquí y que no se parece a nada que hubiese escuchado antes. Por lo poco que entendí hablaba de una tal Santa Águeda, que debía de estar también jugando al escondite por allí aunque nosotros no nos la cruzásemos. Normal, por otro lado: tengo la sospecha de que los demás equipos se tomaban el juego con bastante más seriedad que nosotros porque muchos llevaban ropa o calzado inusuales; todos portaban un farolillo encendido y unos bastones gruesos (y deduzco que pesados) que después aprendí que se llaman makillas. Mi ama como único attrezzo llevaba un paraguas del chino, y claro, así no  hay quien se mimetice. Le voy a tener que regalar una txapela.

Lo que más me sorprendió fue la música. Era emocionante escuchar las diferentes voces cantando juntas, pero para ser una ocasión festiva la melodía sonaba muy triste y melancólica, y el retumbar de la madera contra el suelo acentuaba la sensación de solemnidad. A lo mejor los coros estaban apesadumbrados porque les hubiésemos descubierto, o preocupados porque ellos tampoco daban con Santa Águeda. Eso no lo entendí muy bien.

A pesar de que se me escapasen algunas de las sutilezas del ceremonial, lo que está claro es que el equipo de la ardilla siempre gana. Y no es para menos con semejante mascota: mi dueña y su paraguas granate quedan de lo más resultón.