sábado, 31 de octubre de 2015

Tyveri

Hace unos meses analizamos las consecuencias de la aplicación del dicho “Para todo hay una primera vez” en el contexto de los alojamientos daneses. A juzgar por los acontecimientos del sábado pasado, diría que ha quedado patente que Dinamarca se ha erigido en paladín de las experiencias inéditas en lo que concierne a mi ama.
Pero empecemos por el principio: ¿qué hacíamos mi dueña y yo en Copenhague la semana pasada, especialmente en unas fechas en las que yo debería estar preparándome para mi hibernación anual? Pues principalmente intentar matar de un síncope al pobre bípedo ante cuya puerta nos presentamos de improviso el miércoles a golpe de las once de la noche. Toparse de pronto con la jeta de mi simia puede ser una vivencia terrorífica. Doy fe de ello, que veo con qué cara se levanta cada mañana.
El caso es que una vez superada la sorpresa inicial, y tras una agenda de lo más apretada en los días siguientes, el sábado por la noche me hallé de improviso yendo a cenar con mi ama, el citado bípedo y otras dos humanas más. Por una vez, y dado que todos los amigos de mi dueña me conocen, se me permitió participar del ágape sobre la mesa como uno más.
La velada transcurrió de modo festivo hasta el momento del pago. Al girarse para coger la cartera de su bolso, que pendía del extremo de la silla que ocupaba, mi ama se percató de que este estaba abierto. La cartera no estaba. Primero la invadió la incredulidad. Quizás no había mirado bien. A continuación un escalofrío le recorrió la espalda. ¡En la cartera estaban todos sus documentos!
Antes de que cundiera el pánico el amigo de mi ama encontró la cartera tirada en el suelo, bajo la silla. Mi humana respiró hondo. Se le debía de haber caído del bolso sin darse cuenta. Raro, pero plausible. La abrió. El DNI seguía en su interior. Las tarjetas de crédito también. Entonces le llamó la atención que una cremallera que siempre lleva cerrada estuviese abierta. Miró mejor. Todo su dinero se había evaporado. Solamente le quedaban 4€ en monedas.
Pese a que la cosa podría haber sido más grave (sin documentos no habríamos podido proseguir nuestro viaje al día siguiente), la fiesta se aguó un poco y mi dueña no pudo menos que sentirse frustrada y enfadada consigo misma durante el resto de la noche y buena parte del domingo. Por una vez que baja la guardia y prescinde de su ardilla defensiva, resulta que se convierte en objeto del robo más clásico del mundo.
Así pues, en efecto, Dinamarca es un flamante adalid de las primeras veces en diversas experiencias. Lo que ya se escapa completamente a mi comprensión es por qué bellotas nos tiene tanta manía.