Hace unos meses
analizamos las consecuencias de la aplicación del dicho “Para todo hay una
primera vez” en el contexto de los alojamientos daneses. A juzgar por los
acontecimientos del sábado pasado, diría que ha quedado patente que Dinamarca
se ha erigido en paladín de las experiencias inéditas en lo que concierne a mi
ama.
Pero empecemos
por el principio: ¿qué hacíamos mi dueña y yo en Copenhague la semana pasada,
especialmente en unas fechas en las que yo debería estar preparándome para mi
hibernación anual? Pues principalmente intentar matar de un síncope al pobre
bípedo ante cuya puerta nos presentamos de improviso el miércoles a golpe de
las once de la noche. Toparse de pronto con la jeta de mi simia puede ser una
vivencia terrorífica. Doy fe de ello, que veo con qué cara se levanta cada
mañana.
El caso es que
una vez superada la sorpresa inicial, y tras una agenda de lo más apretada en
los días siguientes, el sábado por la noche me hallé de improviso yendo a cenar
con mi ama, el citado bípedo y otras dos humanas más. Por una vez, y dado que
todos los amigos de mi dueña me conocen, se me permitió participar del ágape
sobre la mesa como uno más.
La velada
transcurrió de modo festivo hasta el momento del pago. Al girarse para coger la
cartera de su bolso, que pendía del extremo de la silla que ocupaba, mi ama se
percató de que este estaba abierto. La cartera no estaba. Primero la invadió la
incredulidad. Quizás no había mirado bien. A continuación un escalofrío le
recorrió la espalda. ¡En la cartera estaban todos sus documentos!
Antes de que
cundiera el pánico el amigo de mi ama encontró la cartera tirada en el suelo,
bajo la silla. Mi humana respiró hondo. Se le debía de haber caído del bolso
sin darse cuenta. Raro, pero plausible. La abrió. El DNI seguía en su interior.
Las tarjetas de crédito también. Entonces le llamó la atención que una
cremallera que siempre lleva cerrada estuviese abierta. Miró mejor. Todo su dinero
se había evaporado. Solamente le quedaban 4€ en monedas.
Pese a que la
cosa podría haber sido más grave (sin documentos no habríamos podido proseguir
nuestro viaje al día siguiente), la fiesta se aguó un poco y mi dueña no pudo
menos que sentirse frustrada y enfadada consigo misma durante el resto de la
noche y buena parte del domingo. Por una vez que baja la guardia y prescinde de
su ardilla defensiva, resulta que se convierte en objeto del robo más clásico
del mundo.
Así pues, en efecto, Dinamarca es un flamante adalid
de las primeras veces en diversas experiencias. Lo que ya se escapa
completamente a mi comprensión es por qué bellotas nos tiene tanta manía.