sábado, 27 de febrero de 2016

Afouteza

Creo que jamás me cansaré de repetirlo: no entiendo esa fascinación de los humanos por inventarse piedras con las que hacerse tropezar por el camino. Deben de ser los únicos simios que, en vez de usar guijarros como herramientas simples, hacen todo lo posible por transformarlos en chinas en los zapatos. Tantos milenios de evolución para desperdiciar los pulgares prensiles de ese modo.
No me miréis con esos ojitos inocentes: quien esté libre de culpa que dé inicio a la lapidación del roedor. Seguro que vosotros también habéis caído en la trampa: la tentación de buscar un número de teléfono que sabéis que no marcaréis, el cosquilleo en las yemas de los dedos al pasar sobre un nombre en la lista de contactos de Whatsapp, un cursor apuntando callada y acusadoramente sobre el punto verde del chat de Facebook, o la clásica -y cada vez más anacrónica en esta era hipertecnológica- mirada de soslayo con la que un observador confiesa que, en el fondo, es él quien desea ser observado. ¡Lo que os cuesta a veces decir las cosas!
¿No os reconocéis en ninguna de estas situaciones? De ser así, os felicito. Por favor, valorad mi candidatura como vuestra futura mascota para cuando me canse de la afición de mi ama por los argumentos circulares. Las ardillas cuando queremos ir desde A hasta B solemos ir en línea recta (sobre todo si en B hay una bellota). Lo que es mi humana, en cambio, no se escapa de ninguno de los supuestos anteriores: por cada palabra que escribe muy probablemente haya cuatro o cinco que se le marchitan entre los labios y los dedos. ¿Por qué será, me pregunto, que unas pocas frases simples os queman la garganta hasta volverse impronunciables? ¿Qué es lo peor que podría pasar si se os escapasen?
Os desafío a que hoy, ahora mismo, nada más terminar de leer esto, os atreváis a cometer la locura imprudente de articular ese pensamiento que hace tiempo que os ronda la cabeza. Yo me hago responsable del cataclismo y de las siete plagas bíblicas que se produzcan como consecuencia de vuestras acciones. Si sale mal, culpad a la ardilla. Todo el mundo creerá que sois víctimas de una enajenación pasajera.
[Suspiro] 
No os entiendo, bípedos, de veras. Y mirad que lo intento, empezando por mi dueña, aunque su mutismo es más bien patológico porque lo que ella es incapaz de decir en voz alta lo narran sus historias en voz escrita. Tened cuidado con ella, os lo advierto: podéis terminar convertidos en personajes.