viernes, 12 de febrero de 2016

Arremeyo los güeyos...

Abres los ojos, despiertas. Tras la ventana el sol se despereza con la misma lentitud que tú mientras los trenes pasan de puntillas para no sobresaltarte. En tu casa resuenan los sonidos familiares de una cotidianidad que transmite seguridad y serenidad en su continua repetición. El mundo está en calma.
Entonces recuerdas, y la conciencia de la noticia te sacude de nuevo como un mazazo. Este viernes algo es distinto porque hoy sabes algo que ayer ignorabas, algo que te provoca un leve vértigo atemorizado y un escalofrío. El estómago se te encoge y piensas en aquel poema de Biedma que comienza con: “Que la vida iba en serio / uno lo empieza a comprender más tarde”. En tu cabeza se repite la misma idea, pero con menor lirismo: no es una broma.
En efecto, mi querida bípeda, esta vez no. Tú, pequeña ilusa, que te engañabas creyendo que ciertas situaciones perdurarían siempre, que había escenarios cuya caducidad resultaba tan lejana que la distancia podía llegar a volatilizarla, te encuentras ahora en la necesidad de admitir, de admitirte a ti misma, que te mentías. La inminencia o no de la fecha definitiva resulta, hasta cierto punto, irrelevante, porque de lo que se trata hoy es de dejar de negar su existencia ontológica aplicada a individuos concretos. Por qué será que los humanos lleváis tan mal asumir la transitoriedad.
Te conozco, y enseguida recaerás en tus malos hábitos de pagana criada en la esperanza inquebrantable. Buscarás condicionales y adversativas con las que fabricar realidades paralelas en las que el desenlace sea distinto del inevitable. Te esconderás en cada área gris que subsista del otro lado de la incertidumbre para pintarla de verde porque siempre, siempre, habrá alguien que conozca a alguien que haya oído hablar de alguien en quien se obró un milagro. Sin ir más lejos, tú tienes uno en casa. Mientras haya márgenes de error en las estadísticas tú estarás dispuesta a creerte todos los decimales probabilísticos que sean necesarios. Living is easy with eyes closed
Y, sin embargo, como ser analítico que eres (aunque no lo parezca), no podrás evitar plantearte qué pasará si las matemáticas te fallan, con lo de letras que tú eres. Entonces qué. Entonces aparecerán el nudo en la garganta y los ojos vidriosos (porque a fin de cuentas eres de carne y hueso, olvidas que te he visto sangrar), pero sobre todo aparecerá una sensación de urgencia, de premura: Aún no; todavía no he aprendido lo suficiente. Aún no lo he absorbido todo. Apretarás los puños y maldecirás tu memoria imperfecta por ser incapaz de evocarlo todo, de retenerlo todo, de hacer un vaciado a un disco duro externo en el que poder conservar indefinidamente el tacto, los sonidos, los olores, cada comentario y cada carcajada. Te reprocharás no haber escuchado más, no haber escrito más anécdotas en tus libretas (verdes ellas también), no haber sabido aprovechar mejor el tiempo. Estarás intentando, una vez más, aferrarte a clavos ya no ardiendo, sino intangibles.
Mañana el sol volverá a desperezarse, los trenes seguirán ronroneando a tus pies y la licuadora seguirá haciendo zumo de naranja. Yo, como tu ardilla que soy, continuaré quejándome de tus soliloquios nocturnos aunque también es posible que, cuando no me veas, te haga alguna caricia con la cola porque no quiero arañarte con las garras. Es lo único que puedo ofrecerte. Yo también he leído el poema de Biedma y desgraciadamente no está en mi mano salvarte (salvarla, salvarnos) de la verdad incontestable de sus dos últimos versos.