domingo, 28 de febrero de 2016

Al safar ila addjanub

Muyalsur es un pueblecito chiquitín de casas blancas. Se extiende como una serpiente albina a lo largo de un kilómetro por la ladera de una montaña cuya cúspide ha sido bautizada, en un alarde de picardía geográfica, como la Tetita. Bajo la pálida línea urbanizada de Muyalsur teóricamente discurre un río, que en realidad es un lecho de piedras que de cuando en cuando se moja un poco. Para encontrar agua conviene acercarse a la vecindad de al lado, donde se halla una balsa con supuestas cualidades medicinales y termales y que funciona a la par como piscina de uso público y abrevadero para cabras, con escalerillas de acceso para los humanos y una rampa para el ganado.
En Muyalsur no hay muchos habitantes pero para asegurarse de que todos tienen la conciencia tranquila tienen una iglesia y cinco ermitas en las que confesar sus culpas. Como estas últimas son pequeñas está plenamente justificado que haya cinco porque los nativos no caben todos a la vez en ellas. También hay varios bares, un par de pastelerías, una fuente de mármol con leones y una antigua plaza de abastos reconvertida en depósito de libros (que no biblioteca). Si se desea pernoctar en la zona, Muyalsur no dispone de hoteles en los que alojarse, pero existe una tranquila casa rural en lo alto de un otero con unas hermosas vistas al cementerio municipal.
Muyalsur posee, además, tradiciones de honda raigambre, como sus Carnavales o sus fiestas patronales. Uno de sus santos patronos, San Sebastián, es particularmente apreciado por los lugareños, quienes lo agasajan copiosamente en el día de su onomástica. El fervor popular manda que mientras el santo pasea por las calles de la localidad (en ocho, puesto que no hay tantas calles por las que procesionar), una lluvia de roscos de pan se derrame sobre propios y extraños, cubriendo a costaleros, a devotos y a señores de Murcia que pasaban por allí. Aquellas familias muy temerosas del santo, por granjearse su favor, llegan al extremo de arrojar paletillas de jamón desde sus balcones, por esto de que San Sebastián tenga algo que poner dentro del rosco. Como no podía ser de otro modo, el 20 de enero es un día en el que el dispensario del pueblo trabaja con denuedo para recomponer esguinces y dedos rotos por impacto contra pan.
Los muyalsureños son gente campechana y alegre, acogedora y amable como pocas. Aprecian la buena compañía y son avezados conversadores, especialmente alrededor de una copa de vino y de una tapa de su famoso pescado. Disfrutan narrando los avatares locales al viajero de paso con una mezcla de sorna y orgullo. Quien atienda a sus palabras oirá hablar de las cuevas que habitan los gitanos más arriba, en la montaña, o de los paseos que reputados miembros de la farándula patria realizan por la plaza del ayuntamiento en los meses estivales. Pero sin lugar a dudas la repanocha absoluta será la historia del policía municipal que, habiéndose escapado una vaquilla durante las fiestas, se la topó corriendo arriba y abajo por el pedregal del río, la encañonó con su arma reglamentaria y la interpeló con un “¡Alto, o disparo!”. Evidentemente aquella noche el dispensario también hubo de arreglar los rotos que el noble animal produjo en las fuerzas vivas de la localidad. Algunas fuentes aseguran que esta historia no se desarrolló exactamente como se cuenta aquí, pero los cronistas oficiales de Muyalsur no han logrado alcanzar un consenso en este punto.
Muyalsur es, sin lugar a dudas, el emplazamiento perfecto para una temporada de asueto durante la que gozar de las excelencias de su paisaje, sus gentes y su gastronomía. ¡Jamás experimentará más de cerca la sensación de un genuino maná!