Muyalsur es un pueblecito chiquitín de casas blancas. Se
extiende como una serpiente albina a lo largo de un kilómetro por la ladera de
una montaña cuya cúspide ha sido bautizada, en un alarde de picardía
geográfica, como la Tetita. Bajo la pálida línea urbanizada de Muyalsur
teóricamente discurre un río, que en realidad es un lecho de piedras que de
cuando en cuando se moja un poco. Para encontrar agua conviene acercarse a la
vecindad de al lado, donde se halla una balsa con supuestas cualidades
medicinales y termales y que funciona a la par como piscina de uso público y
abrevadero para cabras, con escalerillas de acceso para los humanos y una rampa
para el ganado.
En Muyalsur no hay muchos habitantes pero para asegurarse de
que todos tienen la conciencia tranquila tienen una iglesia y cinco ermitas en
las que confesar sus culpas. Como estas últimas son pequeñas está plenamente
justificado que haya cinco porque los nativos no caben todos a la vez en ellas.
También hay varios bares, un par de pastelerías, una fuente de mármol con
leones y una antigua plaza de abastos reconvertida en depósito de libros (que
no biblioteca). Si se desea pernoctar en la zona, Muyalsur no dispone de
hoteles en los que alojarse, pero existe una tranquila casa rural en lo alto de
un otero con unas hermosas vistas al cementerio municipal.
Muyalsur posee, además, tradiciones de honda raigambre, como
sus Carnavales o sus fiestas patronales. Uno de sus santos patronos, San
Sebastián, es particularmente apreciado por los lugareños, quienes lo agasajan
copiosamente en el día de su onomástica. El fervor popular manda que mientras
el santo pasea por las calles de la localidad (en ocho, puesto que no hay
tantas calles por las que procesionar), una lluvia de roscos de pan se derrame
sobre propios y extraños, cubriendo a costaleros, a devotos y a señores de
Murcia que pasaban por allí. Aquellas familias muy temerosas del santo, por
granjearse su favor, llegan al extremo de arrojar paletillas de jamón desde sus
balcones, por esto de que San Sebastián tenga algo que poner dentro del rosco.
Como no podía ser de otro modo, el 20 de enero es un día en el que el
dispensario del pueblo trabaja con denuedo para recomponer esguinces y dedos
rotos por impacto contra pan.
Los muyalsureños son gente campechana y alegre, acogedora y
amable como pocas. Aprecian la buena compañía y son avezados conversadores,
especialmente alrededor de una copa de vino y de una tapa de su famoso pescado.
Disfrutan narrando los avatares locales al viajero de paso con una mezcla de
sorna y orgullo. Quien atienda a sus palabras oirá hablar de las cuevas que
habitan los gitanos más arriba, en la montaña, o de los paseos que reputados
miembros de la farándula patria realizan por la plaza del ayuntamiento en los
meses estivales. Pero sin lugar a dudas la repanocha absoluta será la historia
del policía municipal que, habiéndose escapado una vaquilla durante las
fiestas, se la topó corriendo arriba y abajo por el pedregal del río, la
encañonó con su arma reglamentaria y la interpeló con un “¡Alto, o disparo!”.
Evidentemente aquella noche el dispensario también hubo de arreglar los rotos
que el noble animal produjo en las fuerzas vivas de la localidad. Algunas
fuentes aseguran que esta historia no se desarrolló exactamente como se cuenta
aquí, pero los cronistas oficiales de Muyalsur no han logrado alcanzar un
consenso en este punto.
Muyalsur es, sin lugar a dudas, el emplazamiento perfecto
para una temporada de asueto durante la que gozar de las excelencias de su
paisaje, sus gentes y su gastronomía. ¡Jamás experimentará más de cerca la
sensación de un genuino maná!