¿Cuántas horas de silencio caben en tres meses y medio? Pues
unas dos mil trescientas cincuenta y dos (efectivamente, las he contado). Esto
quiere decir que llevo demasiado tiempo callada y temo que, si sigo así, mis
seis garras se agarroten –valga la redundancia– y pierdan la soltura
taquigráfica que han ido adquiriendo desde que empecé a narrar las aventuras y
desventuras de mi ama.
Sin embargo, en dos mil trescientas cincuenta y dos horas
caben también muchísimas vivencias que explican que este roedor se haya
mantenido alejado de la pantalla del portátil de su dueña casi en la misma
medida que la dueña misma. De algunas de ellas, positivas y negativas,
intentaré dar cuenta en las próximas líneas y en futuras entradas. En tres
meses y medio ha habido desde crisis de hortalizas a casas nuevas, pasando por
visitas de familiares y amigos, viajes y excursiones, picos de estrés o
miserias y alegrías cotidianas.
Entre unas cosas y otras, casi sin sentirla, la primavera ha
llegado a Norfolk. Los campos son de un verde tan intenso que sus tonos reverberan
bajo la luz del sol, los cielos han recuperado el azul (a ratos), los árboles
están cuajados de flores y hay narcisos por todas partes. Creo que hasta mi ama está retoñando un poco. Un día de estos tendré que pensar seriamente en podarla.
Ahora le toca el
turno a este blog.