viernes, 25 de enero de 2013

Ostatua

Buscar casa es una de esas aficiones humanas que jamás comprenderé. Entre nosotras la cosa está entre qué árbol o qué madriguera reciben más o menos viento o más o menos luz, y sanseacabó. Pero los bípedos, para no variar, siempre tienen que complicarlo todo; y si la bípeda en cuestión es mi ama, más todavía. Me explico:

Mi dueña siempre ha vivido con otros humanos. Los simios, por lo general, son animales gregarios y mi ama, en particular, siempre ha sido gregaria con restricciones presupuestarias. Por eso me sorprendió tanto cuando la escuché decir que en Bilbao planeaba vivir sola. Primero, porque me pareció muy grosero por su parte no tenerme en cuenta en el cómputo de habitantes de su futuro hogar (llegué a pensar que pensaba abandonarme en alguna cuneta) y segundo porque da la casualidad de que Bilbao tiene unos alquileres desorbitados, así que no se le podría haber ocurrido mejor emplazamiento para su experimento sociológico.

Así pues, con la cantinela de fundar una república independiente de nuestra casa (por esto de no desentonar con el ambiente local, supongo), mi dueña, su familia y yo nos lanzamos a las calles bilbaínas a la caza de pisos incautos que se dejasen alquilar por tres meses, tarea de por sí bastante titánica. No entraré en detalles de lo que vimos en las 72 horas que tardamos en encontrar nuestro apartamentito, pero baste decir que incluso tuve que ponerme seria y manifestar que no toleraría ningún piso con cuadros de ciervos siendo atacados por sabuesos. Me niego a vivir en un lugar en el que se hace apología del maltrato animal.

Dicen que a la tercera va la vencida, pero como mi dueña es muy de letras en nuestro caso fue a la octava. Para entonces yo ya me había adaptado a la casa de los primos de mi bípeda y no veía ninguna necesidad de mudarme. A puntito estuve de quedarme y dejar que mi ama se las compusiese como buenamente pudiese, pero me debo estar volviendo una blanda. Además, gracias a los primos de mi humana descubrí que no soy la única ardilla de Bilbao; por lo menos ya tengo con quien irme a hacer escalada al Parque de Doña Casilda. También me presentaron a otros dos personajes la mar de curiosos, pero entre que uno habla bajito, el otro gruñe, y que ambos son hinchas del Athletic a veces me cuesta seguirles la conversación. En fin, me estoy yendo por las ramas.


Nuestro piso con su correspondiente casero nos recibieron el sábado 12 por la mañana, y fue amor a primera vista. Con la casa, no con el casero, se entiende. Como se suele decir, el resto es historia. ¡Y menuda historia! Entre arreglos varios, un fallo en la caldera, una maleta rezagada con un padre adosado a ella y cinco cajas pululando por media geografía española, esta debe de haber sido una de las mudanzas más accidentadas que se recuerde. Hasta llegué a hacerme ilusiones de que mi dueña se echase para atrás en el último momento y nos quedásemos en casa de mi amiga Urtxintxa definitivamente, pero cuando a mi ama se le mete algo entre ceja y ceja no hay quien razone con ella.

Así que aquí estamos ahora, en nuestro apartamento sin vistas a la ría en el que no hay obreros ni calefacciones subsaharianas que nos roben el sueño, pero sí un montón de rincones altos a los que encaramarse. A lo mejor esto de la independencia no está tan mal después de todo…