Guárdate de los Idus de marzo. Guárdate de
su perfidia, de su apariencia benévola. Guárdate de su traición larvada, de las
semillas de dolor y discordia que siembran sin que te percates. Cuando el daño
esté hecho, cuando el mal asome su cabeza espeluznante y deforme, ellos dirán
que no fueron. Dirán que fuiste tú, que no vigilabas tu espalda. Tú, que
decidiste ir al Foro. Tú, que te confiaste en demasía. Guárdate, guárdate de
ellos, porque su malicia no conoce límites ni su crueldad se detiene en
miramientos.
Guárdate de las calas agitadas. Guárdate
de las olas que te derriban sin descanso, una tras otra, que te arrojan contra
la arena cada vez que intentas ponerte en pie. Guárdate de desafiarlas, porque
no tiene sentido oponerse a ellas: siempre serán más fuertes. Te agotarán. Déjalas
que te empapen, aunque te empujen al fondo. Déjalas que te arrastren, no te
resistas. Conserva tus energías. La marea te llevará quizás a costas lejanas y
distintas de las planeadas – suele hacerlo – y entonces las necesitarás para nadar
hasta la orilla.
Guárdate de las galernas de finales de
marzo. Guárdate, tú que puedes, de su oleaje taimado y de su ulular hueco y
sordo. Guárdate de sus envites ciegos, de sus acerados rayos, de su vapuleo
constante. Guárdate de su destrucción indolente, de su silencio obstinado, de
sus cielos llorosos y de sus sombras tristes.
Guárdate, por favor, guárdate.
Guárdate ahora que yo ya no puedo
guardarte.