viernes, 3 de abril de 2020

Verba manent

Había pasado una semana desde el cataclismo y el mundo seguía reteniendo el aliento. Nada respiraba del otro lado del cristal de la ventana.

Mi humana trataba de ocuparse la mente y las manos con tareas que la absorbiesen. Escondiéndose. Posponiendo. Silenciando.

A veces se escapaba a los canales de Venecia durante una hora, o se infiltraba en una boda campestre sin que la invitasen, o se pasaba una tarde en el siglo XV aprendiendo a hacer cucharas de plata. Cualquier viaje servía de pretexto para eludir el presente y auto recetarse una dosis de olvido.  

Y menos mal que todavía le quedaban excusas. Miedo me daba pensar lo que haría cuando, en menos de un mes, estas también desapareciesen. ¿A dónde huiría entonces? ¿Dónde se refugiaría del estupor, del terror, del dolor, de la añoranza…?

Mi ama estaba llena de contusiones internas, pero todavía no resultaba visible ningún hematoma. Cualquier enrojecimiento temporal era rápidamente suprimido. Hasta la voz se le había replegado en el fondo de la garganta, como si ni el sonido tuviera permiso para salir de ella.

Los progenitores de mi simia me daban un poco de lástima también: convivían con un fantasma. Más de una vez me planteé darle un capirotazo a mi dueña para obligarla a despertar y a prestarles atención, pese a que supiera que en esta ocasión no estaba siendo egoísta a propósito.

Las ardillas no somos hábiles poniendo tiritas en el alma. Enseguida se llenan de pelo y se nos pegan a las garras. Supongo que será por eso por lo que los roedores no estudiamos Medicina.  

Entonces empezaron a llegar, unas tras otras, bandadas de palabras. Día tras día, en oleadas constantes. Casi todas rematadas con un interrogante. Queriendo saber. Queriendo consolar. Queriendo ayudar. Palabras escritas y palabras narradas, palabras visibles y palabras invisibles. Retándola con desafíos artísticos, invitándola a bailar, enviándole imágenes que la hiciesen sonreír, proponiendo cafés, películas y conversaciones que acercasen ciudades y países, descontando jornadas hasta volverse a ver. Pidiéndole que hablase de lo que no podía hablar sin que se le quebrase la voz y se le nublase la vista.   

Cuidándola. 

Aunque fuese desde lejos. Aunque fuese desde cerca.


El día que esto pase me consta que mi humana va a tener muchísimas agujetas en los brazos. Tal vez yo también tenga alguna en las patas. 

[Gracias]