miércoles, 30 de octubre de 2013

Invidia

Envidio a los turistas y a los estudiantes, y en general a cualquier recién llegado que todavía no se atreve a tutearte.

Envidio a los gondoleros que encadenan un ghe sboro tras otro.

Envidio a todo aquel que puede emplear palabras como traghetto, sarde in saor, nizioletto, bricole o forcola sin sentirse completamente fuera de contexto.

Envidio a los viandantes locales que recorren tus calles sin fijarse en este o en aquel rincón dolorosamente hermoso.

Envidio a los habitantes que se parapetan tras ventanas de arcos apuntados, resguardados a la luz de sus bombillas.

Envidio a los encargados de atracar cada vaporetto, a los taxistas, a los patrones de barcas de mercancías.

Envidio a las farolas, a los bancos, a los palacios y a las iglesias que no tienen que mudarse a ninguna parte.

Envidio a quien no tiene prisa, ni fechas límites, ni caducidades, ni maletas que no saben abrazar.

Envidio hasta a las ratas, porque ellos son roedores autóctonos que me recuerdan que yo no lo soy.