Envidio a los turistas y a los estudiantes, y en general a cualquier recién llegado que todavía no se atreve a tutearte.
Envidio a los gondoleros que encadenan un ghe sboro tras otro.
Envidio a todo aquel que puede emplear palabras como traghetto, sarde in saor, nizioletto, bricole o forcola sin sentirse completamente fuera de contexto.
Envidio a los viandantes locales que recorren tus calles sin fijarse en este o en aquel rincón dolorosamente hermoso.
Envidio a los habitantes que se parapetan tras ventanas de arcos apuntados, resguardados a la luz de sus bombillas.
Envidio a los encargados de atracar cada vaporetto, a los taxistas, a los patrones de barcas de mercancías.
Envidio a las farolas, a los bancos, a los palacios y a las iglesias que no tienen que mudarse a ninguna parte.
Envidio a quien no tiene prisa, ni fechas límites, ni caducidades, ni maletas que no saben abrazar.
Envidio hasta a las ratas, porque ellos son roedores autóctonos que me recuerdan que yo no lo soy.
Envidio a todo aquel que puede emplear palabras como traghetto, sarde in saor, nizioletto, bricole o forcola sin sentirse completamente fuera de contexto.
Envidio a los viandantes locales que recorren tus calles sin fijarse en este o en aquel rincón dolorosamente hermoso.
Envidio a los habitantes que se parapetan tras ventanas de arcos apuntados, resguardados a la luz de sus bombillas.
Envidio a los encargados de atracar cada vaporetto, a los taxistas, a los patrones de barcas de mercancías.
Envidio a las farolas, a los bancos, a los palacios y a las iglesias que no tienen que mudarse a ninguna parte.
Envidio a quien no tiene prisa, ni fechas límites, ni caducidades, ni maletas que no saben abrazar.
Envidio hasta a las ratas, porque ellos son roedores autóctonos que me recuerdan que yo no lo soy.