viernes, 4 de octubre de 2013

Leggenda veneziana

Érase una vez un joven veneciano de nombre Filippo Gentilomo. Filippo amaba ardientemente a una doncella noble, Elisa Contarini. Filippo, que era uno de los caballeros más apuestos al sur de Rialto, cortejó incansablemente a Elisa hasta que esta accedió a casarse con él y, una vez obtenida la aprobación de sus padres, la joven pareja comenzó a organizar el festejo nupcial.

Tres días antes de la boda, mientras Filippo regresaba a casa desde Campiello del Remer, escuchó una voz que lo llamaba por su nombre. La noche era oscura pero serena y Filippo, que siempre llevaba un puñal en el cinto, echó mano a la empuñadura en previsión de encuentros desagradables.

La voz lo guió por calles y callejuelas, puentes y sotoporteghi, hasta el Campiello delle Strope, junto al río de San Giacomo. Cuando llegó, Filippo se topó con una hermosísima doncella de cabellos rubios, tez delicada y ojos como esmeraldas, completamente vestida de blanco.

"Tu boda se acerca, Filippo" dijo ella "Dime, ¿es verdad que amas a Elisa tan fervientemente como juras?".

"La amo más que a mi propia vida" respondió el joven con firmeza.

"¿Estás seguro de lo que dices?" preguntó la doncella de ojos verdes.

"Tanto como de que os tengo delante en este preciso instante".

La doncella entonces lanzó una carcajada desafiante y se esfumó ante los atónitos ojos del joven.

A la mañana siguiente Filippo refirió a sus allegados el extraordinario suceso de la noche anterior, pero ninguno dio crédito a su historia. Los nervios de los jóvenes ante el compromiso, dijeron. Confiésate y escucha misa en i Frari para limpiar tu alma de remordimientos, le aconsejaron.

Así lo hizo el joven, y en efecto en los dos días siguientes los preparativos de los enamorados prosiguieron como si nada pudiese empañar su dicha. La boda se celebraría al amanecer del tercer día en la iglesia de San Trovaso.

Poco antes de la hora convenida para el enlace Filippo recorría las calles rumbo a la iglesia ataviado con sus mejores galas, cuando a la altura de San Barnaba escuchó de nuevo la misma voz melodiosa que lo interpelaba. La hermosísima doncella lo aguardaba junto al sotoportego que conduce a Ca' Rezzonico con una sonrisa dulce, aunque vagamente irónica, pintada en su bonito rostro.

"Entonces, Filippo, ¿aún amas desesperadamente a Elisa?".

"Daría mi alma por ella" replicó él mientras desenvainaba la espada de parada que pendía de su cinto. La doncella rió.

"Guarda tu arma, pues no es de mí de quien debes protegerte" respondió. "Recuerda bien mis palabras: asegúrate de que tu amada y tú atraveséis la misma puerta al entrar en la iglesia, pero deberás ser tú quien pise suelo sagrado en primer lugar".

"Pero eso es imposible" replicó él "Elisa pertenece a los Castellani y yo a los Nicolotti. Cada uno de nosotros debe entrar a la iglesia por una puerta distinta so pena de muerte por parte de la Serenissima".

Como única contestación, la doncella prorrumpió nuevamente en una carcajada sardónica y desapareció por segunda vez de su vista.

Filippo recorrió las calles que distaban hasta la iglesia de San Trovaso con el corazón en un puño. Seguir el consejo del espíritu implicaba una condena a muerte inmediata. Pero, ¿qué podía ocurrir si no lo hacía? Mientras cubría los últimos metros que lo separaban del atrio de la iglesia el joven tomó la determinación de desafiar las leyes de la República y seguir las instrucciones de la misteriosa doncella.

Elisa lo aguardaba luciendo un lujoso vestido bordado con hilo de seda y oro. Su cabello castaño claro estaba recogido en una pequeña redecilla de la que se escapaban algunos mechones rebeldes y de su cuello pendía una cadena de oro que el propio Filippo le había regalado como prenda de su compromiso. El alba despuntaba entre los tejados de la ciudad y todos los invitados aguardaban las nupcias con regocijo.

Filippo contempló a su casi esposa y pensó que su vida no tenía ningún sentido sin ella a su lado. Acercándose a ella, le besó la mano y observó la puerta por la que generalmente entraban los Castellani y que él, como Nicolotti, no debería franquear jamás.

"No tengo derecho a infligir a Elisa el dolor de una viudez prematura ni a condenarla a la ignominia de ser la esposa de un marido deshonrado en el caso de que el Consejo de los Diez decidiese perdonarme la vida" pensó. "El espíritu dijo que debía ser yo el primero en pisar suelo sagrado, contrariamente a la costumbre; me aseguraré de que así sea aunque entre por el vano que me corresponde".

Así pues, Filippo dejó a su amada del otro lado tras besarla suavemente en la mejilla y rodeó apresuradamente el edificio para lograr entrar de primero en el recinto sacro.

En efecto, el joven entró en primer lugar en la iglesia pese al estupor de los presentes. Ello le permitió contemplar cómo, al franquear el umbral, uno de los putti del friso que presidía la entrada de los Castellani se precipitaba irremediablemente sobre su inocente prometida, quien tenía en aquel momento los ojos fijos en él.

A pesar de que todos los convidados corrieron precipitadamente en su auxilio, el golpe tuvo un efecto fulminante y la dulce Elisa fue conducida aquella misma mañana en una góndola negra como la noche hasta la isla de San Michele.

Filippo, olvidado por todos en la conmoción del desgraciado accidente, desapareció también aquel mismo día sin que nadie más volviese a ver o a saber nada de él. Hay quien dice que se arrojó, desconsolado por la pérdida de su amada, al canal de la Giudecca. Los más ancianos, sin embargo, sostienen que Filippo quedó sin el alma que había tan ligeramente empeñado en el mismo instante en que su futura esposa perdió la vida que él había jurado intercambiar por la suya, y que desde entonces, presa de los remordimientos, vaga incansablemente por la iglesia y el atrio de San Trovaso condenado eternamente por su inconstancia y cobardía a presenciar una y otra vez el matrimonio que jamás llegó a consumarse.


[Esta es una leyenda completamente ficticia y probablemente plagada de todo tipo de imprecisiones cronológicas e históricas. Es lo que sucede cuando a una la dejan sola en casa con un libro de Alberto Toso Fei al alcance de la garra].