martes, 13 de enero de 2015

Svømmehal

Ayer mi ama fue a nadar. Esta declaración no debería sorprender a ningún seguidor asiduo de este blog –si acabas de sintonizarnos, bienvenido/a, me llamo Volunti, un placer conocerte– porque lo novedoso del asunto no era nadar en sí, sino hacerlo en Dinamarca.
¿Qué tiene de especial Dinamarca, se preguntarán algunos, si el agua está igual de mojada en todas partes? Eso mismo pensábamos nosotras, de modo que al salir del trabajo nos encaminamos a la piscina más cercana, compramos una entrada y nos fuimos a cambiar. Evidentemente yo iba oculta en la mochila de mi dueña puesto que los daneses no admiten animales  en las instalaciones –que no sean simios, se entiende–. Ni siquiera aunque sean tan adorables como yo.
Llegar a la piscina desde los vestuarios fue algo similar a una carrera de obstáculos, debido, entre otras cosas, a que descifrar letreros en un idioma que se escribe de una forma y se pronuncia de otra completamente distinta lleva su tiempo, por no mencionar que mi ama necesitaría una piedra de rosetta entera para lograr enterarse de algo. El caso es que tras atravesar una zona de duchas (en la que es obligatorio enjabonarse de pies a cabeza antes de ponerse el bañador), una puerta, un vestíbulo chiquitín, otra puerta, bajar por unas escaleras circulares y cruzar otra puerta, mi ama finalmente entró en la zona de natación. En el centro se encontraba la piscina para nado libre. Una piscina, para más señas, redonda.
Sí, efectivamente, redonda.
Mi dueña parpadeó un par de veces y, quizás producto de la desorientación previa o porque se le hubiera filtrado jabón en el cerebro mientras se lavaba la cabeza, decidió acercarse a la socorrista, con la mejor de sus intenciones, para preguntarle cuál era el funcionamiento de tan heterogéneo espacio. La socorrista la miró como si acabase de caerse de un guindo y, muy amablemente  –  y probablemente con cierta compasión – , le explicó que tenía que nadar en el mismo sentido que los demás bañistas. Mi ama se mordió el labio inferior mientras se debatía entre explicarle que ella se refería a si había alguna división por velocidades, si se podía utilizar el material de apoyo disponible en las playas, etc. Finalmente optó por limitarse a sonreír con cara de inmigrante pánfila y a darle las gracias.
Llegados a este punto de la narración cabe aclarar que la piscina en cuestión realmente no estaba dividida de forma alguna, de manera que todo el mundo nadaba por el espacio disponible como podía y al ritmo que buenamente alcanzase, con o sin gorro, con o sin aletas, con o sin tabla e, incluso, con o sin bombonas. Mi ama, obediente, se sumergió en el agua y se sumó a la corriente de nadadores.
Una hora más tarde, sus conclusiones eran las siguientes:
  1.  Es complicado mantener un ritmo estable  –y por lo tanto no asfixiarse –  cuando tienes que estar esquivando cuerpos constantemente.
  2. Hacía años que no pasaba tanto tiempo analizando tipos de rectas: paralelas, secantes, tangentes, perpendiculares… hasta fue víctima de alguna bisectriz.
  3. ¿Cómo se nada a espalda y se traza un círculo al mismo tiempo?
  4. Por mucho que encima del puentecillo ponga que una vuelta completa al vaso son 100 metros, si se nada por la parte cercana al centro (y a veces no queda otro remedio) evidentemente se nada una distancia mucho menor.
  5. “Patada” en danés se dice igual que en cualquier otro idioma: ¡ay! seguido de imprecación entre dientes. La cara compungida del danés que se la propinó a ella, no obstante, fue de genuino arrepentimiento; eso fue lo que lo salvó de que me lanzase a su cuello.
  6. Si las piscinas redondas fuesen un prodigio de funcionalidad y eficiencia, el mundo estaría lleno de circunferencias llenas de agua. No es el caso.

Cuando salió del agua mi dueña tuvo que reconocer que estaba un poco mareada. Jamás sabremos si fue a causa de dar tantas vueltas en un tiovivo acuático o si fue porque se dejó los tapones de silicona en la taquilla.