miércoles, 20 de julio de 2016

Be Water, My Friend

Estoy preocupada por el bípedo que comparte espacios con mi ama. La primera vez no le di importancia porque no establecí ninguna correlación entre el suceso y él, pero desde ayer siento verdadera inquietud:

Sospecho que el compañero de piso de mi dueña se desintegra al contacto con el agua.

Antes de que alguien se piense que me he vuelto majareta a causa del calor [aclaración: parece ser que este año el verano cayó en lunes, el 18 de julio concretamente, lo que ha provocado un trastorno de personalidad en Norwich, que temporalmente se cree una isla del Mediterráneo. Ya se le ha administrado prozac y el clima volverá a su normalidad primaveral a partir del jueves], la situación es la siguiente: cada vez que se ducha, el humano con el que vivimos deja tras de sí, en la bañera, un rastro absolutamente inédito. En mi convivencia con homínidos he tenido la dudosa fortuna de apreciar todo tipo de restos orgánicos, desde vello a deyecciones, pero es sin duda la primera vez que me encuentro con un bípedo que cuando se lava produce carbonilla. Si el chico todavía tuviese un saludable colorcillo moreno a lo mejor podría comprender que apareciese un cerco negro alrededor del desagüe de la ducha, pero teniendo en cuenta que su piel es casi traslúcida no me explico de dónde puede proceder tanta negrura. Por eso he llegado a la conclusión de que el agua tiene efectos nocivos sobre su salud.

Esta hipótesis, además, explicaría muchas otras cosas. Por ejemplo, la pila de loza y cubiertos sucios que va tomando altura a la derecha del fregadero a intervalos regulares hasta que su propietario decide fregarla toda junta varios días después. Es lógico que si el agua te perjudica intentes evitarla lo máximo posible. Yo tampoco limpiaría los baños si corriese el riesgo de que se me desprendiese el pelaje. Del mismo modo, es totalmente comprensible su alegría al descubrir que todavía queda cerveza en la nevera o que la botella de vino que abrió la semana pasada y que ahora decora la mesa de la cocina todavía no se ha convertido en vinagre. Claramente el agua le hace el mismo daño por fuera que por dentro.  

A pesar de todo, lo que no acabo de entender muy bien es cómo sigue vivo, con lo que llueve en este país. Ya debería haberse disuelto o, como mínimo, apolillado. No se puede ir por la vida soltando carbonilla de forma regular sin erosionarse un pelín, digo yo. Claro que nosotros hace poco que lo conocemos, a lo mejor está tan delgado porque se ha ido limando por los lados. 

Sea como sea, estoy verdaderamente intranquila: ¿qué hacemos si de aquí a finales de agosto se nos pulveriza del todo? ¿Lo aspiramos con cuidadito y se lo devolvemos a la casera en una bolsa de basura?