martes, 5 de julio de 2016

Smelly Cat

Es sábado por la tarde y ella está plantada en mitad del pasillo de un supermercado; un lugar tan válido como cualquier otro para echar raíces. Examina detenidamente varias botellas de plástico con líquidos de colores hasta que finalmente toma una del estante. Su contenido es viscoso y de color amarillo. La destapa con cuidado y la acerca despacio a sus orificios nasales.

Ahí está. Ahí sigue. El mismo perfume de hace siete años. Aquel en el que perderse al cerrar los ojos y que aspirar ávidamente entre brazos ajenos. El que la recibía al subir las escaleras de una casa que llegó a denominar hogar y la embriagaba con promesas de reencuentros. El mismo que hubo que reemplazar con aromas distintos cuando su pervivencia se convirtió en recordatorio permanente de la ausencia: es demasiado doloroso vestirse de deserción cada mañana.

Dicen que el olfato es el sentido con mayor poder de evocación. Es una lástima que uno no pueda elegir a qué huele cada memoria.

Ella devuelve el envase amarillo a su balda y alarga la mano hacia una botella de color azul. Una apuesta segura. Además, la elección debería ser evidente si nos atenemos a la gama cromática. Entonces se detiene. Duda. ¿Seguro que no se puede elegir? Quizás sea el momento de hacer la prueba: los recuerdos puede que estuviesen en régimen de gananciales, pero desde hoy su fragancia va a pasar a pertenecer a un presente todavía en construcción. Da un paso atrás, coge de nuevo el contenedor amarillo y lo coloca en su cesta de la compra antes de encaminarse resueltamente hacia la caja.

Es sábado por la tarde y, a veces, en un supermercado cualquiera, hay pequeños actos de valentía que pasan completamente desapercibidos.