lunes, 9 de febrero de 2015

Begivenhed

Ayer, ocho de febrero, se cumplía un mes de nuestra llegada a Dinamarca y, para celebrarlo, nos fuimos a pasar el día a Malmö. Porque qué mejor modo de festejar tu lunaversario (por llamarle algo, visto que tildarlo de aniversario me parece excesivo) en un país que marchándote al de al lado.
Por si alguien se está preguntando qué tal la excursión, solamente diré que Malmö es como Copenhague: el idioma es igual de incomprensible, la arquitectura es prácticamente la misma, los canales siguen ahí y también pagan en coronas, aunque las suyas valen menos que las danesas. Será que sus reyes tienen cabezas más pequeñas.
En fin, el caso es que haciendo balance de estos primeros treinta y dos días perdidas entre las nieves nórdicas, los canales y las casas de colorines, he decidido elaborar dos listas para evaluar el nivel de adaptación de mi dueña a su nuevo lugar de residencia:

Detalles en los que mi ama se ha vuelta danesa:
  • Ha dejado de traducir los precios a euros. Todo es caro, y punto.
  • Tiene hambre a las 12 de la mañana y es capaz de pasar la jornada a base de ensaladas.
  • Mira por defecto dos veces antes de cruzar: una a la carretera y otra al carril de bicicletas.
  • Ha superado con éxito sus primeras dos sesiones en una sauna pública sin morirse de pudor al quitarse la toalla.
  • Se quita los zapatos al entrar en casa a pesar de que solamente conviva con una ardilla a la que le da exactamente igual cómo se desplace por el suelo con tal de que la alimente.

Detalles en los que mi ama continúa siendo incorregible:
  • Sigue cenando a las 8 y pico o a las 9. De hecho, el plato nacional danés (el smørrebrød) todavía le inspira cierta desconfianza.
  • No es capaz de decir más de cuatro o cinco palabras en el idioma local, ni de entender nada de lo que le digan.
  • Recuerda con nostalgia aquellos tiempos en los que en su vida había un plato de ducha.
  • No acaba de caberle en la cabeza que los daneses puedan ir a trabajar en bici todos los días sin a) pillarse una triple pulmonía y b) matar a todos sus colegas de oficina en cuanto levantan un brazo.
  • Se niega a no poder preparar comida casera durante un mes, por lo que le ha pedido a una bípeda amiga suya que se apiade de ella y le preste la cocina. Este ha sido el resultado: casi cuatro horas entre fogones, dieciséis tuppers y un congelador lleno hasta los topes.

[A la luz de este último dato, me permito advertir una única cosa a los daneses respecto a mi señora humana: podréis castigarla sin cama o sin electrodomésticos, podréis condenarla a sentir síndrome de Estocolmo cada vez que sale el sol y podréis resfriarla hasta que se quede sin nariz o congelarla hasta que se le caigan los dedos, ¡pero jamás le quitaréis sus lentejas!]

Y con esto, el catarro, la bípeda y yo nos vamos a la cama. ¡Feliz lunes a todos!