lunes, 29 de octubre de 2012

Sandy

Hoy ha sido un día extraño en Nueva York. Llevo todo el día escuchando a mi ama y a su compañero de piso hablar de que se acerca un huracán, aunque ninguno de los dos parecía excesivamente preocupado. Mi dueña ya pasó por uno hace años y se lo toma con filosofía. Yo, en cambio, no dejo de imaginármela volando por los aires como Dorothy en El Mago de Oz. Conmigo en el papel de Totó, desde luego, que soy bastante más mona.

Cuando salimos a la compra me di cuenta de que yo no era la única inquieta, y que más bien era mi ama la que iba contracorriente. En la farmacia y el supermercado había colas quilométricas formadas por bípedos de todos los tamaños, colores y sabores cargados hasta las cejas de botellas de agua, latas y materiales de emergencia. Mi dueña murmuró algo sobre crear alarmas periódicas en la población para provocar picos de consumo de bienes con relativamente baja demanda, pero yo no tenía ganas de escuchar teorías económicas conspirativas porque estaba empezando a contagiarme de la agitación general. No olvidemos que un roedor es bastante más liviano que un simio.
Ya en casa, mi dueña recibió un correo electrónico de su empresa advirtiéndola de que mañana no debe ir a trabajar, aunque de todos modos dudo mucho que hubiese podido llegar hasta la oficina si los transportes públicos llevan paralizados desde las 6 de la tarde de hoy. Ante semejante estado de cosas me figuré que mi ama adoptaría un comportamiento un poco más circunspecto y solemne. ¿Y qué hizo ella mientras media Manhattan cubría sus ventanas con paneles de madera? ¡Salmón en papillote y albóndigas! Si nos ahogamos, al menos lo haremos bien alimentados.  

En estos momentos son casi las 10:30 de la noche y fuera la calle está completamente desierta. En la distancia se ven coches atravesando el puente sobre el río, de modo que si no fuera por la ausencia total de bípedos parecería un domingo cualquiera. Los árboles de nuestra acera apenas se mueven, y no hay ni rastro de lluvia por ninguna parte. En unas horas comprobaremos cómo de profunda es la calma que precede a la tempestad.
Por el momento supongo que lo único que se puede hacer es esperar, así que yo también he decidido tomármelo con algo de humor.


Por cierto, siempre me he preguntado quién le pone los nombres a los fenómenos meteorológicos. Debe de ser un trabajo apasionante.