miércoles, 31 de octubre de 2012

Sandy (III)

El espectáculo en cuestión fue más bien flojo, lo admito. Nada de ríos corriendo furiosamente calle abajo, ni coches flotando, ni neoyorquinos volando con sus paraguas cual Mary Poppins. Nuestra zona sobrevivió a Sandy con la misma indiferencia que si se hubiera tratado de una tormenta normal y corriente. Mi ama dice estar profundamente decepcionada.



Mientras, en otras partes de Manhattan cientos de miles de personas se quedaban sin electricidad y se dedicaban a jugar a las cartas a la luz de las velas. Mi dueña, con su extravagancia habitual, les envidia un poco porque su noche no tuvo absolutamente nada de emocionante. Le parece indecoroso haber pasado una de las mayores tormentas de la Historia de Nueva York viendo series. Como tiene un punto de romanticismo decimonónico le resulta más poético pensar que podría haber compartido la misma oscuridad con otros muchos neoyorquinos. Habría sido una gran anécdota para contar a los nietos que quizás nunca tenga. En cambio yo, que soy mucho más prosaica, me alegro de que nuestra nevera siga funcionando. Y eso que me alimento de frutos secos.

A pesar de que la insensata de mi humana no esté conforme con su experiencia meteorológica, por mi parte opino que su endiablada buena estrella ha vuelto a sonreírle. La carambola que la condujo hasta este apartamento la ha resguardado también de la tempestad y creo que debería sentirse afortunada por ello. Desde luego yo no habría deseado estar en la piel de mis primas de Central Park ayer por la noche. ¿De verdad acabo de escribir eso? ¡San Quercus me asista, espero no estar domesticándome!

Las ardillas somos poco dadas a la efusividad porque hemos aprendido a desconfiar de los humanos, pero por esta vez quiero dejar de lado mis recelos habituales para romper una lanza a su favor: saben cuidar los unos de los otros. En las últimas 72 horas he perdido la cuenta del tiempo que ha pasado mi ama respondiendo a e-mails, mensajes por Facebook, llamadas por Skype, conversaciones de msn y mensajes de texto. He sabido que del otro lado del océano, en un huso horario distinto, hubo llamadas telefónicas a sus padres interesándose por ella y me consta que desde el domingo este blog ha batido su récord de visitas. Por tanto, me gustaría darles las gracias a cada uno de esos bípedos que han estado pendientes y preocupados por nosotras, aunque desconozca los nombres de todos ellos.

Quizás no sea todavía una experta en huracanes devenidos en tormentas tropicales, pero en estos tres días de reclusión he aprendido que para las personas la distancia es solamente un concepto geográfico, no mental.

Gracias.

 
Fe de erratas: Dice mi ama que más me vale que explicite que el agradecimiento también va en su nombre, o de lo contrario me vuelve a castigar sin ordenador. En ocasiones me pregunto cómo bellotas se ha granjeado el cariño de tantos humanos, si a veces no hay quien la aguante…