martes, 30 de octubre de 2012

Sandy (II)

Pasar un día entero sin salir de casa es una tortura para una ardilla. No puedo decir lo mismo de mi ama, que parece perfectamente satisfecha con la situación. Se levantó a las 11 de la mañana, desayunó tranquilamente leyendo una novela y se pasó la tarde pululando por el apartamento como si no sucediera nada en absoluto.

Bueno, lo cierto es que de momento efectivamente no ha pasado nada. El día ha transcurrido con total normalidad y si no fuera porque mi dueña no ha ido a trabajar me habría costado diferenciarlo de una típica jornada invernal: algo de viento, un poco de lluvia fina y gente con chubasqueros, katiuskas y paraguas. He de confesar que llevo todo el día pensando que llamarle huracán a esto es tomarse unas cuantas licencias poéticas. Según lo que he leído en la prensa por encima del hombro de mi ama, parece ser que lo peor está todavía por llegar.

Quizás tengan razón. Desde hace una hora el viento sopla con más fuerza y a ratos la lluvia arrecia, aunque ahora que ha anochecido me resulta difícil apreciar los detalles de la calle desde nuestra ventana cuajada de gotas. Algo acaba de relampaguear intensamente detrás del puente que cruza el río, y a lo lejos se escucha la alarma de algún coche que debe de estar siendo vapuleado por las ráfagas de aire. Contrariamente a lo que se suele escribir en los relatos de terror, el viento traído por Sandy no aúlla ni ulula, sino que produce un sonido sordo y grave.

La lámpara ha parpadeado un par de veces, pero por el momento seguimos teniendo electricidad. Mi ama ha comentado en un murmullo que hay varias zonas de Nueva York que se han quedado sin luz. Por ahora Manhattan no tiene cortes. Conociéndola, debe de estar haciendo apuestas consigo misma sobre el tiempo que tardaremos en quedarnos a oscuras. Dado que la función está por comenzar, supongo que habrá que aguardar al tercer parpadeo.

Estoy tentada de ponerme a hacer palomitas y sentarme frente a la ventana a ver el espectáculo.