domingo, 30 de septiembre de 2012

Back to School (Day 2)

Mi ama debió de cogerle el gustillo al edificio del día anterior, porque a la mañana siguiente volvió a sacarme de la cama y a arrastrarme nuevamente ciudad adelante. Con la de horas que me paso últimamente dentro de su bolso empiezo a plantearme la posibilidad de construir un nido en su interior.

La oficina de mi ama es un espacio casi cuadrado, muy amplio y lleno de cubículos. Los que ocupan el borde del paralelepípedo son despachos en toda regla, con sus puertas, mesas y estanterías. Y sobre todo con ventanas. Las demás mesas ocupan el centro del espacio y están iluminadas solamente con luz artificial. Me recuerda un poco a una colmena, o a una de esas cuevas en las que hibernan mis parientes del norte. Si no te asomas a alguno de los despachos laterales ni siquiera sabes qué tiempo hace fuera. Yo creía que los humanos necesitaban luz para sobrevivir, pero en este viaje estoy descubriendo que no conozco a estas criaturas tan bien como pensaba.

Al llegar sentaron a mi dueña en su mesa de trabajo, le dieron unas cuantas carpetillas, bolígrafos y post-its y le explicaron sus tareas. Luego la llevaron de paseo para conocer a un montón de personas distintas cuyos nombres era incapaz de recordar cinco minutos más tarde, y le confiaron un secreto de capital importancia: la clave numérica para acceder al baño. No obstante, hasta finales de semana mi dueña podía ir al baño pero no volver de él porque no tenía tarjeta de acceso a la oficina.

A media mañana pasó a recogerla otra bípeda a la que solamente conocía por e-mail y se fueron a comer juntas. El resto de la tarde la pasó pululando por la oficina dando vueltas como ardilla sin cabeza intentando ubicarse.

En días sucesivos opté por no acompañarla porque los de mi especie no soportamos  pasar ocho horas diarias de enclaustramiento. Por lo que me ha contado, mi dueña emplea la jornada sentada ante el ordenador haciendo cosas y sin mediar palabra con nadie, lo que ha tenido una consecuencia imprevisible: se pasa tanto tiempo callada que ahora por las noches le ha dado por hablar y reírse. ¿Es que una no va a poder dormir nunca tranquila?

Un día le voy a pedir el PIN de su tarjeta de crédito. Seguro que se duerme maravillosamente bien bajo una palmera del Caribe.