He aprovechado el
sueño de mi ama (no sé de qué está tan cansada, ni que hubiera venido pilotando
ella) para apoderarme de su ordenador y dar comienzo al relato de mis
aventuras.
Cruzarse el charco puede ser una experiencia abrumadora para una ardilla. Nosotras no estamos acostumbradas a eso de volar. Como mucho brincamos de árbol en árbol. Incluso he oído hablar de unas primas americanas que son capaces de flotar en el aire, pero entre eso y pegar un salto de 5300 kms la cosa cambia mucho.
Cruzarse el charco puede ser una experiencia abrumadora para una ardilla. Nosotras no estamos acostumbradas a eso de volar. Como mucho brincamos de árbol en árbol. Incluso he oído hablar de unas primas americanas que son capaces de flotar en el aire, pero entre eso y pegar un salto de 5300 kms la cosa cambia mucho.
Ahora bien, si ya
de por sí la idea de subirme a un cacharro volador me resultaba ligeramente desasosegante,
hacerlo además envuelta en una bolsa de plástico dentro de una maleta ya rozaba
directamente el género de terror. Pues así fue como hice mi entrada triunfal en
la tierra del tío Sam, embutida dentro de una Samsonite y con la única compañía de
varios pares de calcetines y A tale of
two cities. Horrendo. La próxima vez que alguien se lamente de falta de
espacio en los aviones de Ryanair que se acuerde de mí.
Mientras tanto,
mi ama se paseaba tranquilamente por el aeropuerto, se echaba la siesta entre
dos asientos de clase turista o se entretenía con las miserias de Jane Eyre. El mundo está plagado de
injusticias.
Aterrizamos
puntualmente en JFK tras casi diecisiete horas de viaje. Afortunadamente mi
maleta llegó sana y salva a su destino, aunque con el tiempo que tardó mi ama
en recogerme yo ya me veía perdida y olvidada en las profundidades de un
almacén. Un amable funcionario de Inmigración se interesó por las causas de mi
viaje, y, pese a mis recelos, por fortuna en la aduana no me detuvieron por
tráfico de bellotas. En apenas cuarenta minutos mi dueña y yo estábamos
cómodamente sentadas esperando por la furgoneta que tenía que llevarnos a nuestro
alojamiento.
Al llegar, nuestro
anfitrión nos recibió con una sonrisa amable y tranquilizadora. Mi ama comprobó
que todas sus pertenencias estaban en perfecto estado y yo crucé las
garras para que me liberase de mi prisión, pero no tuve suerte. Tuve que
apañármelas yo sola para escabullirme de la maleta y llegar hasta su portátil. A
este paso me voy a convertir en el Houdini de las ardillas.
Encima ella
duerme en cama doble. ¡Señores, protesto!