domingo, 23 de septiembre de 2012

Concrete jungle where dreams are made on...

Tengo que decir que mi primer día en Nueva York ha sido magnífico pero agotador. Mis pobres patas no están acostumbradas a trotar por el asfalto ni a sortear respiraderos del metro. ¡Menudo susto me llevé la primera vez que pisé uno! Marilyn no tiene punto de comparación con una ardilla experimentando un empuje vertical directamente proporcional a su pánico.

Tras conseguir una tarjeta telefónica americana y recibir la oferta de compra de un piso por parte de una señora a la que no conocía de nada, mi ama me llevó caminando por el Upper East Side hasta Central Park. Creo que en el fondo lo hacía para compensarme por haberme dejado en la maleta la noche anterior, aunque con estos humanos una nunca sabe si fiarse. A lo mejor simplemente quería tomar el sol desde el mirador de Belvedere Castle. Lo cierto es que estuvo muy callada toda la mañana, como si aún estuviese asumiendo dónde se encontraba. Quizás estaba desempolvando y redimiendo sus recuerdos anteriores de la ciudad.


En cualquier caso, en Central Park por fin establecí contacto con mis parientes lejanas. ¡Y tan lejanas! Como que si no llego a perseguirlas solamente habría alcanzado a ver sus colas flotando en la distancia. En fin, ya se sabe que somos roedores desconfiados y al principio me costó un poco lograr que se acercasen a mí, pero finalmente hasta permitieron que mi ama las fotografiase.


Tras despedirme efusivamente de mis familiares y prometerles una próxima visita, atravesamos el parque hasta la 81st y bajamos por Central Park West. Creí que el objetivo de mi dueña era simplemente dar un paseo, pero pronto me percaté de que el paseo se estaba alargando bastante más de lo normal. Cuando me quise dar cuenta estábamos en la Octava Avenida bajando en dirección sur, ¡y sin pararnos a ver ningún monumento ni nada! Es más, cuando estábamos a la altura de Times Square mi ama por fin se detuvo y entró en una tienda, ¿y con qué pensáis que salió? ¡Con un secador de pelo! La gente normal compra postales, imanes de taxis amarillos, incluso camisetas de “I love NY”, pero mi dueña en cambio se pasó el resto del día con un Babyliss Pro colgando del brazo. De verdad que yo no entiendo a estos humanos…

Finalmente, tras cruzar decenas de calles y pararnos a comer en el West Vilage, por fin comprendí a dónde bellotas se dirigía mi ama con tanta obstinación: a un edificio de oficinas alto e intimidante al que al parecer va a tener que volver con cierta asiduidad. Algo así como de lunes a viernes. La verdad es que el lugar no me impresionó tanto como para querer revisitarlo con tanta frecuencia, pero ella sabrá en qué emplea su tiempo.

A partir de ese momento nos entregamos al callejeo indefinido por el Soho y Nolita, y terminamos en Grand Central Station. Allí mi ama se reunió con otro ser de dos patas al que no presté demasiada atención porque enseguida pusimos nuevamente rumbo a Central Park para recoger a otro tercer ser de dos patas, momento que yo elegí para irme a echar unas carreras con mis primas. Cuando me reuní con los tres humanos, del otro lado del parque, estos estaban entrando en el Met para ver anochecer desde la terraza. Sin embargo, disfruté poco de las vistas porque mi ama se marchó precipitadamente a reunirse con otra humana que tenía una habitación libre en su piso.

Después de eso mi dueña dio el día por terminado y regresamos a casa a tirarnos en la cama. Eso sí, por el medio hicimos una parada en un deli a comprar la cena, y todavía hoy sigo sin entender por qué mi ama volvió todo el camino con una sonrisita pintada en la cara. ¿Puede alguien explicame qué tiene esto de especial?


En definitiva, de toda esta jornada peregrina quiero que conste en acta que solamente se cubrió en metro el trayecto entre Grand Central Station y la W72nd, así que si alguien piensa que soy una ardilla quejica está cordialmente invitado a repetir el itinerario, ¡pero a cuatro patas y sin zapatos!.