Recientemente se me ha transmitido la incomodidad de algunos
de los lectores de este blog ante la imposibilidad de poder realizar
comentarios a mis posts. A pesar de lo que pudiera parecer, comprendo perfectamente
su frustración, y por ello he decidido ofrecer una explicación.
Obsérvese la siguiente imagen con detenimiento durante un
par de minutos:
Rápido, sin mirar, ¿cuántas garras tiene una ardilla en cada
pata?
¡Cuatro, muy bien!
Algunos recordarán que hace unas semanas (el 28 de
noviembre, para ser exactos) propuse un juego: encontrar las siete diferencias
entre una foto mía y otra de una de mis primas de Washington. Una de las
diferencias es, precisamente, el número de garras: yo tengo tres.
Los lectores licántropos que me siguen podrán corroborar que
los teclados humanos no están exactamente diseñados para nuestro tipo de
extremidades. Esto convierte la redacción de cada post en un proceso muy laborioso,
máxime cuando se tienen dos garras menos que el resto de mis hermanas. Escribir
puede ser agotador.
Si a eso le añadimos el hecho de que tengo que compartir el
ordenador con mi errática bípeda, con su susceptibilidad a flor de piel, es lógico
que procure ser lo más cauta posible. No quiero que vuelva a cambiarme todas
las contraseñas por una ironía extemporánea.
De todos modos espero que esta entrada deje constancia de
que, aunque el blog no permita colaboraciones espontáneas, presto atención a
las sugerencias que me llegan. Claro que otra cosa es que me lleguen: las
ardillas somos escurridizas por naturaleza.
Por si esto no fuera suficiente, para dar muestras de mi
buena voluntad convoco un referéndum: si alguien no está contento con esta
solución, que levante la pata.
¿Nadie?
Así me gusta.