Ayer Manhattan era rojo y verde, es decir, una auténtica
pesadilla para cualquier daltónico. Todo porque los neoyorquinos decidieron
ponerse de acuerdo para realizar uno de esos actos de locura colectiva que
tanto los caracterizan y que tanto desconciertan a roedores y turistas.
Mi ama y yo recorríamos la isla en sentido ascendente, desde
el puente de Brooklyn hasta la calle 42, en una tarde de sábado soleada. La
gente se afanaba por realizar sus compras navideñas en uno de los fines de
semana más concurridos en la ciudad. Hasta ahí todo normal.
Sin embargo, Broadway se fue transformando paulatinamente.
De febriles masas consumistas pasamos a enfervorecidas hordas blanquirrojas y
rojiverdes, poseídas por un espíritu festivo completamente desvinculado de
cualquier acontecimiento deportivo. Se trataba de una marea de Papás y Mamás
Noël. Efectivamente, yo pensé lo mismo. Una marea que, por lo que parece, sucede una vez al año y es conocida como SantaCon NYC.
Ni que decir tiene que de no haber sido porque no tenía ningún gorrito rojo que
ponerme y porque temía dejar a mi ama sin vigilancia (a ver si me la va a
atropellar un reno y no volvemos a casa por Navidad), me habría unido a la
tropa de Santa Claus invadiendo las calles.
A fin de cuentas, ¿quién quiere una humana cuando puede
tener un elfo?