jueves, 20 de diciembre de 2012

Some Common Misconceptions


Me parece que ha llegado el momento de realizar una serie de aclaraciones que no puedo seguir callándome por más tiempo. Como puede deducirse de las fotos que hay a continuación, este país está fascinado con las ardillas y a consecuencia de ese amor las ha convertido en objeto de su cultura popular.



Reconozco que lo encuentro muy halagador. No tengo nada en contra de que me adoren, es más, creo que somos bastante más entrañables que muchos otros bichos que los humanos tienen como mascotas. ¿Alguien ha probado a hacerle arrumacos a un pez payaso? Volunti 1 – Nemo 0.

Sin embargo, los bípedos tienen una forma muy curiosa de expresar su aprecio: nos humanizan, y por ahí no paso. ¿No se supone que la imitación es la forma más sincera de admiración? ¡Deberían ser ellos quienes se ardillizasen! Por ello, he decidido desmontar algunos de los mitos construidos sobre nosotras:

  1.  Las ardillas no hablamos. Gracias al tío Walt, a Esopo, a Samaniego o a La Fontaine, miles de crías de homo sapiens crecen pensando que los animales tenemos una conversación de lo más animada y, lo que es peor, que pueden departir amigablemente con nosotros acerca de la Metafísica Trascendental de Kant si menester fuera. Lamento decir que ese no es el caso. Por supuesto, las ardillas tenemos nuestro propio lenguaje, pero no se parece en nada a lo que la factoría Disney presenta como tal (totalmente absurdo, por cierto). Esto no quiere decir que no podamos comunicarnos con los humanos. Puedo asegurar que a estas alturas mi ama identifica claramente el mensaje tras mis mordiscos o mis lametones. A los bípedos se los domestica enseguida con un poco de condicionamiento (los gatos nos llevan años luz de ventaja en ese terreno).
  2. Las ardillas no sonamos a personas que han inhalado helio. Sonamos a ardilla. Las únicas ardillas que suenan así son las que han inhalado helio de verdad
  3. Las ardillas no llevamos ropa. A diferencia de estos simios sin pelo que se mueren de frío a la mínima, nosotras tenemos un pelaje que nos protege, por mucho que los dibujantes consideren que nos quedan bien los jerséis de cuello cisne o las sudaderas con capucha. Por eso ruego encarecidamente a los bípedos que lean este blog que jamás le hagan esto a su ardilla. 
  4. Y puestos a hablar de clichés, me gustaría dejar claro que Chip es un pedante vestido como Indiana Jones y con complejo de Lindgbergh que no duraría ni dos minutos en un bosque de verdad. Las ardillas auténticas le tenemos tanta tirria que hemos acuñado la frase “tienes más paciencia que el santo Chop”. 
  5. Las ardillas no sabemos besar. Tampoco lloramos. Pero eso no nos convierte en unas insensibles.

En cambio, los bípedos no son conscientes de que hay cosas en su cultura que han tomado directamente de la nuestra. Por ejemplo, por mucho que el refranero popular y algún oscuro traductor de Shakespeare se arroguen la autoría de la frase “Mucho ruido y pocas nueces”, las verdaderas inventoras fuimos nosotras. Del mismo modo, aunque la tradición se empeñe en repetir que Newton tuvo su arrebato de inspiración gravitacional a costa de recibir una manzana en el cráneo, la verdad es que fue una ilustre antepasada mía la que le arrojó una bellota británica, exasperada porque no había forma de que se apartase del tronco del roble en el que tenía guardada su provisión para el invierno. Vamos, que de no haber sido por nosotras los humanos todavía estarían preguntándose por qué las cosas se caen al suelo.

En fin, para rematar con este repaso a la cultura de la ardilla, creo que de todos los adornos navideños que he visto hasta ahora - y he visto muchos -, me quedo con el de aquí abajo: ¡por lo menos es algo coherente que colgar en un abeto!