martes, 11 de diciembre de 2012

NYC's OST


A lo largo de estos tres meses entre homínidos he aprendido, entre otras muchas cosas, un poquito de música. Por ejemplo, yo no sabía que las ciudades tuviesen banda sonora, ni que supiesen cantar. Pero saben. Cierto, no siempre afinan, y cuando les da por canturrear con la sirena de una pala excavadora o un taladro neumático a las seis y media de la mañana, una desearía que fuesen sordomudas. Afortunadamente las ciudades tienen voces con muchos matices y una tesitura bastante más amplia que la de una ambulancia o un camión de bomberos.

Lo más curioso de las bandas sonoras urbanas es que no se eligen: suceden. O más bien, son ellas las que te seleccionan, te persiguen, te acosan, hasta que te rindes y empiezas a tararearlas. Sí, las ardillas también tarareamos, pero discretamente. En ocasiones no tienen absolutamente nada que ver con la ciudad misma, sino con los humanos que se cruzan contigo convertidos en vehículo improvisado de una canción.

Yo creía, con mi inocencia de roedor poco viajado, que Nueva York sonaría a jazz y a góspel, o a lo mejor un poquito a Frank Sinatra y Billy Joel. Acerté, pero solo parcialmente. Por supuesto, suena a la versión de John Coltrane de My favorite things y a Somewhere over the rainbow interpretadas por un saxo solista, y suena a los himnos de la Abyssinian Baptist Church o al Réquiem de Mozart poniéndote el pelaje de punta (y con lo peludita que soy, esas son muchas puntas). Sin embargo, Nueva York suena también a cosas a las que jamás pensé que sonaría: suena a institutrices inglesas que vuelan por los aires agarradas a un paraguas (cosa que ya de por sí es bastante absurda) y a jóvenes verdes que intentan que comprendamos por qué acabaron convertidas en brujas malvadas. Incluso a veces se produce la ironía de que la ciudad interpreta melodías que en condiciones normales tanto mi ama como yo aborreceríamos, pero a ver quién le dice que no a una urbe tan temperamental como esta. A lo peor se ofende y nos sepulta bajo una ventisca por una mala crítica musical.

Cherry Tree Lane
En la rutina diaria Nueva York suena más a bachata, a reggaetón y a hip hop porque esa es la música que se escapa de los cascos de los compañeros de metro de mi ama. Para nuestra sorpresa mutua, esta ciudad también canta tangos con relativa frecuencia, y no se le da nada mal. En las últimas semanas le ha dado por los villancicos, pero por los clásicos y un poco melancólicos como Have Yourself a Merry Little Christmas o Chestnuts Roasting on an Open Fire (¡cómo no adorar una canción con la palabra castañas en el título!), sin olvidarnos de Fairytale of New York, que a pesar de lo que pudiera parecer es británico. Está claro que a Nueva York le dan bastante igual los nacionalismos.

Yo escucho y aprendo. Escucho y canturreo letras nuevas o versiones distintas de letras antiguas. I'm just taking a Greyhound on the Hudson River line / Cause I'm in a New York state of mind...

Sí, estoy aprendiendo mucho últimamente. En estos tres meses he aprendido, por ejemplo, que la música es quien te ayuda a viajar cuando el visado de tu pasaporte ya no te permite hacerlo.