A lo largo de estos tres meses entre homínidos he aprendido, entre otras muchas cosas, un poquito de música. Por ejemplo, yo no sabía que las ciudades tuviesen banda sonora, ni que supiesen cantar. Pero saben. Cierto, no siempre afinan, y cuando les da por canturrear con la sirena de una pala excavadora o un taladro neumático a las seis y media de la mañana, una desearía que fuesen sordomudas. Afortunadamente las ciudades tienen voces con muchos matices y una tesitura bastante más amplia que la de una ambulancia o un camión de bomberos.
Lo más curioso de las bandas sonoras urbanas es que no se eligen: suceden. O más bien, son ellas las que te seleccionan, te persiguen, te acosan, hasta que te rindes y empiezas a tararearlas. Sí, las ardillas también tarareamos, pero discretamente. En ocasiones no tienen absolutamente nada que ver con la ciudad misma, sino con los humanos que se cruzan contigo convertidos en vehículo improvisado de una canción.
Yo creía, con mi inocencia de roedor poco viajado, que Nueva York sonaría a jazz y a góspel, o a lo mejor un poquito a Frank Sinatra y Billy Joel. Acerté, pero solo parcialmente. Por supuesto, suena a la versión de John Coltrane de My favorite things y a Somewhere over the rainbow interpretadas por un saxo solista, y suena a los himnos de la Abyssinian Baptist Church o al Réquiem de Mozart poniéndote el pelaje de punta (y con lo peludita que soy, esas son muchas puntas). Sin embargo, Nueva York suena también a cosas a las que jamás pensé que sonaría: suena a institutrices inglesas que vuelan por los aires agarradas a un paraguas (cosa que ya de por sí es bastante absurda) y a jóvenes verdes que intentan que comprendamos por qué acabaron convertidas en brujas malvadas. Incluso a veces se produce la ironía de que la ciudad interpreta melodías que en condiciones normales tanto mi ama como yo aborreceríamos, pero a ver quién le dice que no a una urbe tan temperamental como esta. A lo peor se ofende y nos sepulta bajo una ventisca por una mala crítica musical.
Cherry Tree Lane |
Yo escucho y aprendo. Escucho y canturreo letras nuevas o versiones distintas de letras antiguas. I'm just taking a Greyhound on the Hudson River line / Cause I'm in a New York state of mind...
Sí, estoy aprendiendo mucho últimamente. En estos tres meses he aprendido, por ejemplo, que la música es quien te ayuda a viajar cuando el visado de tu pasaporte ya no te permite hacerlo.