lunes, 3 de diciembre de 2012

Thanksgiving

En la tierra del tío Sam, a finales de noviembre los bípedos se reúnen para expresar gratitud conjuntamente. Como mi humana y su madre no podían ser menos ambas se unieron a los festejos, llevándose a una servidora con ellas. Por seguridad. Mejor tenerlas vigiladas.

La jornada amaneció fresca y nublada. Nos levantamos tempranito y nos cruzamos la ciudad camino de Penn Station para coger un autobús que habría de llevarnos a Washington D. C. Como en anteriores ocasiones, las incidencias de mi ama con el transporte público no se hicieron de rogar, especialmente en una fecha tan señalada, salvo que esta vez se manifestaron de una forma bastante más original: casi perdemos el autobús debido a que cientos de animadoras poseídas por el espíritu festivo tomaron el subterráneo de la estación rumbo al desfile anual de Macy’s, interponiéndose en el camino de cualquier viajero apresurado. Si Almodóvar hubiera nacido en este país seguramente habría incluido una situación similar en alguna de sus películas.



Llegamos a Washington tras cuatro horas y media de viaje. Allí ya nos esperaban los parientes de mis bípedas para llevarnos a su casa, en un barrio residencial a las afueras de la ciudad. Creo que las tres nos sentíamos ligeramente inmersas en un decorado de cine porque a nuestro alrededor no dejaban de aparecer casitas de madera con tejados a dos aguas, jardines traseros y calles arboladas.

Serían sobre las cuatro y media cuando nos llevaron hasta la casa de otra humana-pariente para cenar. Sí, cenar. Cuando llegamos había como veinte bípedos pululando por las habitaciones - juro por mi provisión de nueces que por una vez no estoy exagerando –, todos emparentados con mi dueña. La mayoría estaban arremolinados en torno a cuatro o cinco pantallas distribuidas por la casa, cosa que me desconcertó bastante porque yo pensaba que íbamos a reunirnos para comer. En las pantallas salían un montón de señores vestidos con ropas llamativas y con unos cascos enormes que, francamente, daban bastante miedo. Además, tenían nombres incomprensibles para mí como Redskins y Cowboys.

Los humanos de nombres raros estuvieron correteando por un campo verde durante unas tres horas, arropados por el entusiasmo de los bípedos a mi alrededor (aunque tengo la sensación de que mi ama estaba igual de perdida que yo, solo que ella disimula mejor). Por fin, sobre las ocho todos se sentaron a la mesa, incluido un primo más que participó en la reunión por videoconferencia. Para variar nadie se preocupó de presentarme en sociedad, así que aprovechando que el bolso de mi ama había quedado olvidado en el armario de la entrada me escabullí hasta la cocina para aprovisionarme de mi propio festín de Acción de Gracias.

Mientras, mi familia homo sapiens bendecía los alimentos y se atiborraba de pavo asado, salsa de arándanos, vegetales variados, patatas machacadas, migas de pan fritas y un largo etcétera. De postre, tarta de calabaza, de manzana y de queso, y una especie de brownies de manteca de cacahuete cubiertas de chocolate.

Cuando terminé de cenar me asomé con cuidadito por una esquina del salón y me quedé observando a tan heterogénea asamblea de simios. Se hablaba en inglés y en español, había bípedos grandes y pequeños, jóvenes y ancianos, pero todos parecían contentos de estar los unos con los otros. Cada uno tendría sus agradecimientos personales, me imagino, aunque sospecho que el motivo de gratitud de mi dueña era uno de los más sencillos (y menos originales): estar allí.

Por otro lado, yo estoy tremendamente agradecida de que no cerrasen el armario con llave. ¡Me entra hambre solo de pensarlo!